Lo más sorprendente de estos tres individuos es que son extraordinariamente predecibles: pocas veces he visto a tres personajes encajar de manera tan precisa en un estereotipo. El militar debe tener cerca de cincuenta años. Tiene un corte de cabello, pues, militar, es particularmente corpulento y usa un traje café, con camisa beige y una corbata café (como el traje) sostenida con un pisa-corbatas en forma de águila calva alargado. Su sola expresión en la cara lo delata. La fiereza de su tosca sonrisa y la manera en que los músculos de la mandíbula se le marcan al pararse firme no permiten otra conclusión: es militar. Por otro lado, el diplomático es un tipo delgado, en forma, carismático. Se ríe cuando habla de una manera que invita a reír con él y utiliza la ironía con sentido del humor. El diplomático es el único rubio de los tres. Mira a la gente fijamente a los ojos y habla como si estuviera frente a una cámara de televisión. Por último, el abogado era el más alto de los tres y el único que estaba notoriamente fuera de forma. De hombros angostos, brazos muy largos y gafas cual culos de botella, el abogado se notaba incómodo siendo el centro de atención de un grupo tan variopinto como el nuestro. Tiene el cabello negro y crespo, la piel olivácea y una poblada barba que se le adivina aún recién afeitado, como el estereotípico sefardita. Asimismo, se adivina que es muy inteligente.
Luego de que los organizadores de NYU no supieron explicar la agenda de la reunión, los tres individuos se vieron obligados a improvisar algo, así que hablaron un poco de lo que hace cada uno y luego permitieron que hiciéramos preguntas. El militar contó cómo ha pasado largos años entre guerras y misiones de paz, y cómo desde hace un año está asignado a esta posición, no sin antes resaltar las bondades de tener un refrigerador a la mano cada mañana y no tener que pararse en la madrugada a escupir órdenes porque hay un bombardeo. El diplomático comentó cómo ha estado en la misión por casi dos décadas y cómo ha cambiado el ambiente gracias a la nueva administración, implicando sin mucho disimulo su antipatía por George Bush y su enorme alegría de servir bajo la gestión de Obama. Parece que los diplomáticos de otros países lo toman más en cuenta ahora. El diplomático también destacó el honor que sentía el reportar todos sus asuntos a la embajadora Rice, quien a su vez le reporta a Obama. Estar a sólo un paso del presidente es para él un gran honor. El abogado también intervino, mostrando una personalidad mucha más introvertida. Comentó que su labor primordial es la negociación de términos clave en resoluciones del Consejo de Seguridad y añadió un par de anécdotas mundanales sobre las conversaciones para emitir la resolución 1973, esa que adoptó la zona de exclusión aérea en Libia el pasado mes de marzo. El abogado terminó su intervención resaltando cuán más fácil es para él negociar términos favorables para Estados Unidos bajo el actual gobierno, pues durante el anterior no a mucha gente le agradaba el tono con el que venían las “sugerencias” de su país. El militar, tal vez para no auto-excluirse, intervino de nuevo para decir que Obama ha sido el primer presidente de Estados Unidos en haber visitado y felicitado a las tropas que participan en misiones de paz, algunas de las cuales pueden ser tan o más cruentas que las guerras. Por esto, dijo, aseguró estar muy agradecido y haber cambiado de parecer, pues antes, aclaró, no pensaba de la forma en que lo hace ahora y tampoco era precisamente simpatizante de la ONU.
Las preguntas, en su mayoría, pasaron sin pena ni gloria, al menos en mi opinión. Me parece que lo mismo pensó el diplomático, quién empezó por decir que podíamos hacer preguntas fuertes, pasó luego por asegurar que estaba bien si hacíamos preguntas hostiles y terminó por llamarnos abogados inusuales pues no éramos capaces de generar confrontación. Esto fue mucho para mí y terminé levantando la mano. Pregunté qué cómo estaban ellos leyendo la ya mencionada resolución 1973, pues parecía que más allá de protección para los civiles habían terminado por tomar bando en un conflicto interno y estaban activamente intentando derrocar el gobierno libio, lo cual no pareciera que es lo que ordena la resolución. En antelación a que no me dejaran repreguntar, lancé de una vez una segunda pregunta, pidiéndoles que describieran cómo anticipaban que podía ser el escenario en Libia en caso de que lograran el objetivo de derrocar el gobierno: ¿iban a desarrollar una misión de mantenimiento de la paz y seguridad o se iba a parecer un poco más al actual Irak o Afganistán? El diplomático sonrió. El militar apretó las mandíbulas. El abogado habló primero. Aclaró que la gente tiene una confusión al pensar que la OTAN está tratando de derrocar al gobierno de Libia. Que los Estados Unidos, hablando por sí mismos, sólo están tratando de proteger civiles y de aplicar la zona de exclusión aérea con métodos bastante severos, pero no tratando de ir más allá de la resolución 1973. Añadió que es muy distinto el hecho de que el gobierno de Estados Unidos haya manifestado que ellos preferirían que el régimen de Gadafi llegase a su fin, pero que sus fuerzas militares no están activamente buscando este fin sino sólo proteger civiles. El diplomático intervino entonces para decir que hasta este punto no se han sentado a planear qué se puede hacer en Libia si llegase a caer el gobierno de Gadafi pues es un escenario muy incierto y hay muchísimos autores involucrados, pero está seguro, dice, que dada la complejidad de la negociación de la resolución 1973, cualquier otra cosa que se haga en el futuro va a ser un reto diplomático y que la soberanía de Libia debe respetarse por encima de todo. El militar, al encontrar un agujero en el discurso del diplomático, intervino sólo para decir: “No US troops on Lybian soil”, algo así como “no habrán tropas estadounidenses en el suelo de Libia”.
La verdad, me pareció muy interesante nuestra conversación con la misión de EEUU en la ONU.
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