domingo, 16 de marzo de 2014

¿Por qué los barrios no se han sumado a las protestas? Saverio Vivas y "La Voz de los Barrios"

Desde cualquier perspectiva, el manejo del país por parte del gobierno de Maduro es deficiente, para emplear un sonoro eufemismo. A pesar de que carecemos de confiables instrumentos de medición, el descontento relacionado a una serie de problemas es generalizado y va mucho más allá del 49% de la población que votó en Abril de 2013 por Capriles. No es simple hacer un análisis político en medio de una profunda conflictividad que resalta manifestaciones ubicuas, represión procaz, guarimbas de doble filo, ausencia de división de los poderes, insultos rimbombantes, improperios infantiles, fuego cruzado de acusaciones y una hemorragia de noticias que no sabemos si son fidedignas, tergiversadas o una descarada mentira, porque las hay de las tres por montones. Pero si queremos encontrar soluciones debemos intentar comprender por qué no hay una mayor articulación entre ese 49% de las personas que no votó por Maduro y ese otro numero indeterminado de personas que, aunque se abstuvieron o votaron por el gobierno, hoy en día también quieren que las cosas mejoren pues sufren los mismos males que el resto del país. Claro, quedan excluidos de aquí aquellos que ostentan riquezas obtenidas por convenios con el estado, que ocupan altos cargos públicos o que se han radicalizado por el motivo que sea para apoyar al gobierno sin importar las circunstancias, aun cuando sea a costillas de asesinar a todos los que se atraviesen. También quedan dolientes de Hugo Chávez, quienes le siguieron siempre y ven como un doloroso acto de lealtad mantenerse apoyando a Maduro, y como una inaceptable traición hacerle oposición. Pero para todos los demás, para los que hoy somos, sin duda alguna, una abrumadora mayoría de venezolanos que queremos que el país cambie de rumbo y empiece a funcionar, es imperativo discernir por qué es que no nos podemos poner de acuerdo sobre cuál es el camino a seguir.

Analicemos la explicación oficialista. El gobierno tiene una teoría: las manifestaciones solo ocurren en el este de Caracas, en el norte de Valencia, en Lecherías y no en Barcelona, en las zonas pudientes, pues, mientras que los barrios populares no salen a guarimbear. Desde el PSUV se pretende plantear que los ricos están descontentos porque pierden sus tradicionales beneficios frente a las clases populares, que ahora con este gobierno tienen (o tendrán, en casos de niveles de cinismo menos agudos) las riquezas del país en sus manos, el petróleo ahora es de todos. Alegan los oficialistas, además, que existe un intento de golpe de estado foráneo, con ayuda de lacayos locales y de jóvenes ingenuos e influenciables. Esta teoría hace aguas muy pronto. Caricuao y Catia han manifestado, la Isabelica ha sido foco de guarimbas y marchas opositoras, así como múltiples otros sectores populares que han levantado su voz, a veces con timidez, para decir “aquí tampoco estamos contentos”. El acceso a las riquezas para las clases populares, después de 15 años de gobierno “socialista”, no parece estar más cerca que antes. La teoría del golpe de estado, si usamos la Navaja de Ockham para analizarla, no tiene asidero alguno, tomando en cuenta su complejidad argumentativa y que no se ha presentado ninguna evidencia para respaldarla excepto las de la naturaleza de las fotos mostradas por Diosdado Cabello de “paramilitares” con pistolitas de paint-ball.

Planteemos una teoría alternativa: la escala de valores en las clases populares y las clases medias venezolanas tienen órdenes distintos, y al proponer la lucha desde los valores predilectos de cada cual se corre el riesgo de excluir al otro. Lo que es en realidad complentario, se percibe, por culpa de la polarización, como excluyente. Vayamos al grano y veamos las diferencias en los valores de los distintos sectores socioeconómicos del país. Lo que es más importante para un residente de una vivienda con techo de zinc, piso de tierra y sin aguas negras no es lo mismo que para el que vive en un apartamento con aire acondicionado, parquecito con piscina y dos puestos de estacionamiento techado. Aunque los dos sufren en carne propia la inseguridad, la inflación, la escasez, el ambiente les llevan a procesar estos asuntos de manera muy distinta. Tal vez la forma más reveladora de identificar las diferencias en la visión del mundo nos la provee la teoría de las tres generaciones de derechos humanos, planteada por Karel Vasak. Visto así, podemos identificar tres grandes grupos de derechos humanos basados en la premisa de la revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad. La primera generación de derechos son los que se refieren a la libertad, y en ellos destacan los derechos civiles y políticos como la libertad de expresión, el derecho al debido proceso y el derecho al voto, entre otros. Este es el orden de derechos con que más se identifican las clases medias venezolanas, que no toleran la censura a los medios, que aborrecen los allanamientos ilegales, que se indignan con los fraudes electorales, para quienes la impunidad es un motivo de alarma. La segunda generación de derechos humanos, relacionados a la igualdad, son los derechos económicos y sociales como el derecho a la vivienda y el derecho a la alimentación. Los sectores populares sienten mayor identificación con el acceso a una vivienda digna que no se caiga con una tormenta y que tenga servicios básicos, o con la capacidad de adquirir comida a precios asequibles que les permita nutrir a su familia de manera adecuada. La tercera generación la nombramos por compromiso, pero no juega un rol en este análisis. Se refiere a derechos colectivos y difusos, identificados con la fraternidad, entre los cuales se puede nombrar el derecho a la autodeterminación de los pueblos o el derecho al desarrollo.

Veamos dónde se genera la ruptura para poder enmedarlo. En enero, un grupo de líderes opositores, separándose de otras corrientes opositoras, plantean #LaSalida. Leopoldo López, María Corina Machado, Antonio Ledezma, hastiados de la incompetencia y la corrupción gubernamental, proponen que la sociedad civil se lance a las calles para solicitar salidas constitucionales al gobierno, como la renuncia, la enmienda o reforma constitucional y la asamblea nacional constituyente. Poco más se explica sobre el objetivo y su métodos. La ausencia de claridad en la alternativa al gobierno, en el proyecto de país que sería llevado a cabo si se logra la salida, hace que el mensaje produzca mucha mayor motivación en un sector que en otro. Siendo los promotores individuos de sectores acomodados, su conexión con los sectores populares no es inmediata. Al mismo tiempo, el mensaje repetido hasta la saciedad desde hace 15 años por parte del gobierno de que si llega un opositor al poder lo primero que harán es cerrar los mercales, acabar con la misión vivienda y derrumbar los CDI, realmente resuena en los barrios. ¿Para qué salir de un gobierno que al menos me mira –se dice en los barrios– y me promete algo, aunque no cumpla, para caer en manos de otro que ni siquiera me está hablando a mí? Apatía, apenas, produjo este mensaje opositor en los sectores populares. Esto para quienes lo escucharon, pues muchos lo ignoran del todo. No así entre algunos de las clases medias, que escucharon alto y claro en el discurso de Leopoldo y María Corina un llamado de clarín.

Sin embargo, gracias a la torpeza del gobierno nacional, nace la necesidad de unificarnos. La respuesta oficial a las manifestaciones opositoras fue la represión brutal. Nada organiza más a un pueblo que la indignación. Y el desconocimiento al derecho a la protesta fue un chorro de gasolina en una pequeña candelita. Fue el gobierno, en su barbarie represiva y homicida, el que despertó al pueblo. Se resaltaron así todos los males y entramos en una espiral de violencia. El gobierno pretende polarizarla, generar un juego de suma cero donde el que gane se lleve todo y desbanque al contrario. Exige, pues, que a cualquiera que disienta se le trate como a un traidor a la patria, como a un terrorista de la extrema derecha, aun cuando lo que esté pidiendo sea que se haga algo por la inseguridad, o por la escasez de medicinas, o por la impunidad, o por la inflación desbordada, todos problemas inocultables y que afectan al país entero. No importa si el que clama es sindicalista, indígena, obrero o clase media, todos irán al mismo saco. Y reprime con muerte, usando bandas paramilitares armadas como medios de represión complementaria a la barbarie de la Guardia Nacional y los cuerpos policiales. Para el gobierno la estrategia es que en los sectores populares no exista protesta notoria, el silencio es suficiente para que se asuma que se está de su lado. Como dijo Desmond Tutu, “si eres neutral en situaciones de injusticia has elegido el lado del opresor”.

Sin embargo, es muy difícil para un pueblo descontento, aun carente de liderazgo, ponerse del lado del asesino lleno de promesas vacías. Y ha empezado a surgir algo distinto en el país, mucho más poderoso que la tesis de La Salida sobre la cual apenas conocemos el título. Algunas voces distintas a las tradicionales empiezan a resonar. En medio de la coyuntura surgen liderazgos inesperados y atinados. Se le da, por fin, contenido a la protesta. Una crítica central de la línea gobiernera a las primeras protestas estudiantiles en el Táchira era que los estudiantes no tenían ni pancartas, que no tenían mensaje alguno, solo gritaban “¡Y va a caer, este gobierno va a caer!” Esa crítica, hoy en día, no tiene asidero. Las protestas están repletas de contenido, tanto político como social. Pero el liderazgo sobrevenido se ha enfocado en la protesta social. Y es por ese camino donde convergen los valores de libertad e igualdad, donde existen enormes puntos de encuentro entre la clase media y los habitantes de zonas populares.

El gobierno, con una retórica beligerante, con una actitud represiva, reta a todo el planeta a que se le enfrente. Amenaza a los gobiernos del mundo, corta relaciones con Panamá, advierte que inspectores internacionales no tocarán suelo patrio, y se regodea del que hace silencio pues lo cuenta entre aquellos que están de su lado (de nuevo, el neutral en situaciones de injusticia apoya al opresor). Los secotres populares, que no han hecho ruidos estruendosos, son hasta ahora la batalla que favorece en la opinión pública al régimen. En Altamira podrán trancar todas las calles todos los días, mientras no reclame el oeste de Caracas el gobierno tiene de dónde aferrarse, de la boca para afuera al menos. Estos sectores, solo para defender a Leopoldo López de su encierro o a María Corina Machado de los ataques sufridos, no van a abrir la boca. Eso no los va a mobilizar. Pero muchos en esos sectores tampoco están, ni remotamente, contentos. Y no les agrada el belicismo, la brutalidad policial, el regodeo de “tener al pueblo de su lado” del que se jactan Maduro y Cabello.

Solo los líderes locales pueden movilizar ese descontento. Saverio Vivas es un ejemplo claro de un líder del oeste de Caracas que une voces opositoras y disidentes. Habitante de Catia, tiene mucho tiempo en roles de liderazgo en el barrio. A pesar de sus largos años de lucha social y política, no es sino tras esta crisis de 2014 que su nombre empieza a resonar a nivel nacional. En los últimos días lo han entrevistado algunos de los periodistas más renombrados del país y no pocos medios internacionales. Porque Saverio es uno de los pocos con la valentía de organizar una marcha masiva que atraviese el oeste de Caracas. Sabe que es ahora el blanco de los esbirros del régimen, de los grupos armados que amenazan de muerte a todo el que se atreva a manifestarse en contra del gobierno. La gente en Catia cacerolea, pero lo hace con miedo de estos grupos. Saverio los conoce bien, se niega a llamarlos colectivos, pues los verdaderos colectivos son otra cosa, son grupos con objetivos sociales, no los violentos cuerpos de choque como aquellos que disparan contra manifestantes y aterrorizan a la población. Estos matones pagados por el gobierno le han amenazado incontables veces. Una vez le dieron una golpiza tan tremenda por atreverse a manifestar en contra del gobierno en plena Catia que le rompieron varias costillas y lo dejaron inconsciente en el piso. Sin embargo, Saverio se ha unido a otro número de líderes locales y están determinados a marchar por todo el corazón de las zonas que el gobierno considera su bastión. Planean salir de la Plaza Sucre de Catia, atravesando numerosos barrios y pasando peligrosamente cerca del Palacio de Miraflores, hasta llegar a la Estación Teatros del Metro de Caracas. Pocas veces se ha planteado una afrenta tal al régimen.

Saverio no plantea una guarimba, ni pide la renuncia del presidente, más bien organiza una protesta de contenido social, resaltando los problemas de servicios básicos, alimentos, vivienda, empleo e inseguridad. Problemas de igualdad, derechos económicos y sociales, segunda generación de derechos humanos. Entre varios han hecho publicidad al evento al que han llamado “La Voz de los Barrios” y advierten, como espada y escudo, que “los barrios bajarán a ejercer su infinito derecho a protestar pacíficamente”.

No sabemos si Saverio tendrá éxito en esta arriesgada empresa. Pero sí identificamos su empeño como una de los pasos en la dirección correcta: articular manifestaciones del este y el oeste de Caracas, lograr que sean todos los sectores del país los que exijan rectificaciones al gobierno. El mundo ya sabe que la Plaza Altamira es bastión de los opositores al gobierno. Es hora de que empiece a saberse, sin lugar a dudas, que en la Plaza Sucre de Catia también sobran quienes exigen un cambio de rumbo en las políticas económicas y sociales.

Los sectores que exigen libertad, las clases medias indignadas desde hace más de una década, deben entender que pocas cosas hay más importantes en su lucha legítima por el país que brindarle todo el apoyo que esté en sus manos a los líderes como Saverio Vivas. Necesario es escucharlo sin prejuicios, entender su punto de vista y luchar contra el impulso de sentir como contradictorio lo que es en realidad complementario. Los líderes de los barrios tienen su visión del mundo muy bien definida, y no es igual a la de los líderes de la clase media. Abran paso, pues, a quienes están llamados a lograr la articulación entre opositores y disidentes, a quienes pueden revertir la polarización fratricida, a quienes tienen la llave que destraba este entuerto en el que estamos todos metidos.