domingo, 16 de marzo de 2014

¿Por qué los barrios no se han sumado a las protestas? Saverio Vivas y "La Voz de los Barrios"

Desde cualquier perspectiva, el manejo del país por parte del gobierno de Maduro es deficiente, para emplear un sonoro eufemismo. A pesar de que carecemos de confiables instrumentos de medición, el descontento relacionado a una serie de problemas es generalizado y va mucho más allá del 49% de la población que votó en Abril de 2013 por Capriles. No es simple hacer un análisis político en medio de una profunda conflictividad que resalta manifestaciones ubicuas, represión procaz, guarimbas de doble filo, ausencia de división de los poderes, insultos rimbombantes, improperios infantiles, fuego cruzado de acusaciones y una hemorragia de noticias que no sabemos si son fidedignas, tergiversadas o una descarada mentira, porque las hay de las tres por montones. Pero si queremos encontrar soluciones debemos intentar comprender por qué no hay una mayor articulación entre ese 49% de las personas que no votó por Maduro y ese otro numero indeterminado de personas que, aunque se abstuvieron o votaron por el gobierno, hoy en día también quieren que las cosas mejoren pues sufren los mismos males que el resto del país. Claro, quedan excluidos de aquí aquellos que ostentan riquezas obtenidas por convenios con el estado, que ocupan altos cargos públicos o que se han radicalizado por el motivo que sea para apoyar al gobierno sin importar las circunstancias, aun cuando sea a costillas de asesinar a todos los que se atraviesen. También quedan dolientes de Hugo Chávez, quienes le siguieron siempre y ven como un doloroso acto de lealtad mantenerse apoyando a Maduro, y como una inaceptable traición hacerle oposición. Pero para todos los demás, para los que hoy somos, sin duda alguna, una abrumadora mayoría de venezolanos que queremos que el país cambie de rumbo y empiece a funcionar, es imperativo discernir por qué es que no nos podemos poner de acuerdo sobre cuál es el camino a seguir.

Analicemos la explicación oficialista. El gobierno tiene una teoría: las manifestaciones solo ocurren en el este de Caracas, en el norte de Valencia, en Lecherías y no en Barcelona, en las zonas pudientes, pues, mientras que los barrios populares no salen a guarimbear. Desde el PSUV se pretende plantear que los ricos están descontentos porque pierden sus tradicionales beneficios frente a las clases populares, que ahora con este gobierno tienen (o tendrán, en casos de niveles de cinismo menos agudos) las riquezas del país en sus manos, el petróleo ahora es de todos. Alegan los oficialistas, además, que existe un intento de golpe de estado foráneo, con ayuda de lacayos locales y de jóvenes ingenuos e influenciables. Esta teoría hace aguas muy pronto. Caricuao y Catia han manifestado, la Isabelica ha sido foco de guarimbas y marchas opositoras, así como múltiples otros sectores populares que han levantado su voz, a veces con timidez, para decir “aquí tampoco estamos contentos”. El acceso a las riquezas para las clases populares, después de 15 años de gobierno “socialista”, no parece estar más cerca que antes. La teoría del golpe de estado, si usamos la Navaja de Ockham para analizarla, no tiene asidero alguno, tomando en cuenta su complejidad argumentativa y que no se ha presentado ninguna evidencia para respaldarla excepto las de la naturaleza de las fotos mostradas por Diosdado Cabello de “paramilitares” con pistolitas de paint-ball.

Planteemos una teoría alternativa: la escala de valores en las clases populares y las clases medias venezolanas tienen órdenes distintos, y al proponer la lucha desde los valores predilectos de cada cual se corre el riesgo de excluir al otro. Lo que es en realidad complentario, se percibe, por culpa de la polarización, como excluyente. Vayamos al grano y veamos las diferencias en los valores de los distintos sectores socioeconómicos del país. Lo que es más importante para un residente de una vivienda con techo de zinc, piso de tierra y sin aguas negras no es lo mismo que para el que vive en un apartamento con aire acondicionado, parquecito con piscina y dos puestos de estacionamiento techado. Aunque los dos sufren en carne propia la inseguridad, la inflación, la escasez, el ambiente les llevan a procesar estos asuntos de manera muy distinta. Tal vez la forma más reveladora de identificar las diferencias en la visión del mundo nos la provee la teoría de las tres generaciones de derechos humanos, planteada por Karel Vasak. Visto así, podemos identificar tres grandes grupos de derechos humanos basados en la premisa de la revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad. La primera generación de derechos son los que se refieren a la libertad, y en ellos destacan los derechos civiles y políticos como la libertad de expresión, el derecho al debido proceso y el derecho al voto, entre otros. Este es el orden de derechos con que más se identifican las clases medias venezolanas, que no toleran la censura a los medios, que aborrecen los allanamientos ilegales, que se indignan con los fraudes electorales, para quienes la impunidad es un motivo de alarma. La segunda generación de derechos humanos, relacionados a la igualdad, son los derechos económicos y sociales como el derecho a la vivienda y el derecho a la alimentación. Los sectores populares sienten mayor identificación con el acceso a una vivienda digna que no se caiga con una tormenta y que tenga servicios básicos, o con la capacidad de adquirir comida a precios asequibles que les permita nutrir a su familia de manera adecuada. La tercera generación la nombramos por compromiso, pero no juega un rol en este análisis. Se refiere a derechos colectivos y difusos, identificados con la fraternidad, entre los cuales se puede nombrar el derecho a la autodeterminación de los pueblos o el derecho al desarrollo.

Veamos dónde se genera la ruptura para poder enmedarlo. En enero, un grupo de líderes opositores, separándose de otras corrientes opositoras, plantean #LaSalida. Leopoldo López, María Corina Machado, Antonio Ledezma, hastiados de la incompetencia y la corrupción gubernamental, proponen que la sociedad civil se lance a las calles para solicitar salidas constitucionales al gobierno, como la renuncia, la enmienda o reforma constitucional y la asamblea nacional constituyente. Poco más se explica sobre el objetivo y su métodos. La ausencia de claridad en la alternativa al gobierno, en el proyecto de país que sería llevado a cabo si se logra la salida, hace que el mensaje produzca mucha mayor motivación en un sector que en otro. Siendo los promotores individuos de sectores acomodados, su conexión con los sectores populares no es inmediata. Al mismo tiempo, el mensaje repetido hasta la saciedad desde hace 15 años por parte del gobierno de que si llega un opositor al poder lo primero que harán es cerrar los mercales, acabar con la misión vivienda y derrumbar los CDI, realmente resuena en los barrios. ¿Para qué salir de un gobierno que al menos me mira –se dice en los barrios– y me promete algo, aunque no cumpla, para caer en manos de otro que ni siquiera me está hablando a mí? Apatía, apenas, produjo este mensaje opositor en los sectores populares. Esto para quienes lo escucharon, pues muchos lo ignoran del todo. No así entre algunos de las clases medias, que escucharon alto y claro en el discurso de Leopoldo y María Corina un llamado de clarín.

Sin embargo, gracias a la torpeza del gobierno nacional, nace la necesidad de unificarnos. La respuesta oficial a las manifestaciones opositoras fue la represión brutal. Nada organiza más a un pueblo que la indignación. Y el desconocimiento al derecho a la protesta fue un chorro de gasolina en una pequeña candelita. Fue el gobierno, en su barbarie represiva y homicida, el que despertó al pueblo. Se resaltaron así todos los males y entramos en una espiral de violencia. El gobierno pretende polarizarla, generar un juego de suma cero donde el que gane se lleve todo y desbanque al contrario. Exige, pues, que a cualquiera que disienta se le trate como a un traidor a la patria, como a un terrorista de la extrema derecha, aun cuando lo que esté pidiendo sea que se haga algo por la inseguridad, o por la escasez de medicinas, o por la impunidad, o por la inflación desbordada, todos problemas inocultables y que afectan al país entero. No importa si el que clama es sindicalista, indígena, obrero o clase media, todos irán al mismo saco. Y reprime con muerte, usando bandas paramilitares armadas como medios de represión complementaria a la barbarie de la Guardia Nacional y los cuerpos policiales. Para el gobierno la estrategia es que en los sectores populares no exista protesta notoria, el silencio es suficiente para que se asuma que se está de su lado. Como dijo Desmond Tutu, “si eres neutral en situaciones de injusticia has elegido el lado del opresor”.

Sin embargo, es muy difícil para un pueblo descontento, aun carente de liderazgo, ponerse del lado del asesino lleno de promesas vacías. Y ha empezado a surgir algo distinto en el país, mucho más poderoso que la tesis de La Salida sobre la cual apenas conocemos el título. Algunas voces distintas a las tradicionales empiezan a resonar. En medio de la coyuntura surgen liderazgos inesperados y atinados. Se le da, por fin, contenido a la protesta. Una crítica central de la línea gobiernera a las primeras protestas estudiantiles en el Táchira era que los estudiantes no tenían ni pancartas, que no tenían mensaje alguno, solo gritaban “¡Y va a caer, este gobierno va a caer!” Esa crítica, hoy en día, no tiene asidero. Las protestas están repletas de contenido, tanto político como social. Pero el liderazgo sobrevenido se ha enfocado en la protesta social. Y es por ese camino donde convergen los valores de libertad e igualdad, donde existen enormes puntos de encuentro entre la clase media y los habitantes de zonas populares.

El gobierno, con una retórica beligerante, con una actitud represiva, reta a todo el planeta a que se le enfrente. Amenaza a los gobiernos del mundo, corta relaciones con Panamá, advierte que inspectores internacionales no tocarán suelo patrio, y se regodea del que hace silencio pues lo cuenta entre aquellos que están de su lado (de nuevo, el neutral en situaciones de injusticia apoya al opresor). Los secotres populares, que no han hecho ruidos estruendosos, son hasta ahora la batalla que favorece en la opinión pública al régimen. En Altamira podrán trancar todas las calles todos los días, mientras no reclame el oeste de Caracas el gobierno tiene de dónde aferrarse, de la boca para afuera al menos. Estos sectores, solo para defender a Leopoldo López de su encierro o a María Corina Machado de los ataques sufridos, no van a abrir la boca. Eso no los va a mobilizar. Pero muchos en esos sectores tampoco están, ni remotamente, contentos. Y no les agrada el belicismo, la brutalidad policial, el regodeo de “tener al pueblo de su lado” del que se jactan Maduro y Cabello.

Solo los líderes locales pueden movilizar ese descontento. Saverio Vivas es un ejemplo claro de un líder del oeste de Caracas que une voces opositoras y disidentes. Habitante de Catia, tiene mucho tiempo en roles de liderazgo en el barrio. A pesar de sus largos años de lucha social y política, no es sino tras esta crisis de 2014 que su nombre empieza a resonar a nivel nacional. En los últimos días lo han entrevistado algunos de los periodistas más renombrados del país y no pocos medios internacionales. Porque Saverio es uno de los pocos con la valentía de organizar una marcha masiva que atraviese el oeste de Caracas. Sabe que es ahora el blanco de los esbirros del régimen, de los grupos armados que amenazan de muerte a todo el que se atreva a manifestarse en contra del gobierno. La gente en Catia cacerolea, pero lo hace con miedo de estos grupos. Saverio los conoce bien, se niega a llamarlos colectivos, pues los verdaderos colectivos son otra cosa, son grupos con objetivos sociales, no los violentos cuerpos de choque como aquellos que disparan contra manifestantes y aterrorizan a la población. Estos matones pagados por el gobierno le han amenazado incontables veces. Una vez le dieron una golpiza tan tremenda por atreverse a manifestar en contra del gobierno en plena Catia que le rompieron varias costillas y lo dejaron inconsciente en el piso. Sin embargo, Saverio se ha unido a otro número de líderes locales y están determinados a marchar por todo el corazón de las zonas que el gobierno considera su bastión. Planean salir de la Plaza Sucre de Catia, atravesando numerosos barrios y pasando peligrosamente cerca del Palacio de Miraflores, hasta llegar a la Estación Teatros del Metro de Caracas. Pocas veces se ha planteado una afrenta tal al régimen.

Saverio no plantea una guarimba, ni pide la renuncia del presidente, más bien organiza una protesta de contenido social, resaltando los problemas de servicios básicos, alimentos, vivienda, empleo e inseguridad. Problemas de igualdad, derechos económicos y sociales, segunda generación de derechos humanos. Entre varios han hecho publicidad al evento al que han llamado “La Voz de los Barrios” y advierten, como espada y escudo, que “los barrios bajarán a ejercer su infinito derecho a protestar pacíficamente”.

No sabemos si Saverio tendrá éxito en esta arriesgada empresa. Pero sí identificamos su empeño como una de los pasos en la dirección correcta: articular manifestaciones del este y el oeste de Caracas, lograr que sean todos los sectores del país los que exijan rectificaciones al gobierno. El mundo ya sabe que la Plaza Altamira es bastión de los opositores al gobierno. Es hora de que empiece a saberse, sin lugar a dudas, que en la Plaza Sucre de Catia también sobran quienes exigen un cambio de rumbo en las políticas económicas y sociales.

Los sectores que exigen libertad, las clases medias indignadas desde hace más de una década, deben entender que pocas cosas hay más importantes en su lucha legítima por el país que brindarle todo el apoyo que esté en sus manos a los líderes como Saverio Vivas. Necesario es escucharlo sin prejuicios, entender su punto de vista y luchar contra el impulso de sentir como contradictorio lo que es en realidad complementario. Los líderes de los barrios tienen su visión del mundo muy bien definida, y no es igual a la de los líderes de la clase media. Abran paso, pues, a quienes están llamados a lograr la articulación entre opositores y disidentes, a quienes pueden revertir la polarización fratricida, a quienes tienen la llave que destraba este entuerto en el que estamos todos metidos.

sábado, 22 de febrero de 2014

¿Por qué Julio “Coco” se volvió viral?

Desde el #12F en Venezuela entera han ocurrido innumerables manifestaciones de rechazo a una serie de profundos problemas en el país. Para el gobierno nacional, responsable principal de estos problemas, es preciso tapar los oídos de sus seguidores para que no se oiga un mensaje que resuena en todas las clases sociales: quienes protestan quieren que se enfrente la inseguridad, que se controle la inflación, que se acabe la escasez, que se acabe la impunidad, que se persiga la corrupción. El gobierno tiene que interrumpir ese mensaje, pues el mismo representa un canal conector para todos los venezolanos. Si opositores y oficialistas se llegasen a unir para solicitar soluciones a los problemas comunes el gobierno nacional se encontraría arrinconado, presa de un profundo descontento popular. Para evitar esa conexión es necesaria la polarización, y para lograrla el gobierno se vale de un artificio mil veces repetido pero hasta ahora infalible: satanizar al contrario. Así, vemos como argumentan que el fascismo internacional ha planificado este escenario de multitudinarias protestas través de medios de comunicación neoliberales, diplomáticos gringos, parapolíticos colombianos y oligarcas locales, los cuales han manipulado a unos grupetes de estudiantes sifrinos del este de Caracas y otras zonas pudientes de las ciudades del país para que estos, actuando cual peones, desestabilicen el orden público y persigan un golpe de estado.

Deconstruyamos un poco los pilares de este argumento para encontrar su mayor debilidad. Para que el discurso existencial del gobierno pueda sostenerse es preciso contar con un estudiante que encaje en la etiqueta que ellos le colocan a los opositores. Para tal fin el gobierno ha diseñado con sumo cuidado el arquetipo del opositor, al que llaman “odiositor”, un energúmeno que es (1) eurodescendiente (blanquito), (2) proveniente de la clase alta o media alta (ricachón), (3) seguidor ciego del capitalismo (pitiyanqui), (4) repleto de prejuicios de clase (clasista/racista) y (5) defensor a ultranza del uso de la violencia en contra del pueblo (asesino). Al final, este personaje nefasto concuerda con la etiqueta genérica que engloba su mensaje de satanización: fascismo. Prestemos atención al uso del lenguaje cuando se hace con estudiados fines estratégicos, esta palabra es esencial. Mientras más se repita más se refuerza el mensaje del gobierno. Y solo si el mensaje del gobierno es absorbido por el pueblo oficialista tiene sentido en la cabeza de muchos el sofisma vital de su discurso: los que protestan en Venezuela son fascistas. Así, reprimirlos no suena reprochable, porque son unos fascistas. Más importante aún, ¿quién va a escuchar el mensaje de un fascista? Y si no se escucha el mensaje no se pueden tender puentes. Y sin puentes que unan a chavistas y opositores no hay salida a este gobierno. Mientras sigamos por esta ruta los tendremos gobernando por más tiempo que Cuba ha tenido a los Castro.

Sin embargo, de pronto se vuelve viral en las redes sociales una serie de videos llamados el #BetaPolítico, en donde un individuo joven, cuyo fenotipo demuestra el profundo mestizaje histórico entre negro, indio y español que corre por las venas de nuestro pueblo, critica al gobierno y se une con decisión a la protesta. Este sujeto, que vive en un barrio famoso por su inseguridad en el centro de Caracas y proviene de una familia humilde en un pueblo en el oriente del país (El Tigre), se desmarca con absoluta claridad del uso de la violencia y la denuncia sin remilgos, venga de donde venga. Si bien critica con pugnacidad al gobierno, también ataca a la oposición y la corrupción en sus filas. No le jura lealtad a grupo político alguno ni pertenece a ningún partido. Habla con propiedad sobre los colectivos chavistas, muchos de los cuales conoce de cerca, así como de su cercana amistad con numerosos seguidores del gobierno. Se declara de izquierda y dice que apoya gran parte de las propuestas del Plan de la Patria, obra de Chávez, pero asegura que este gobierno no las lleva ni las llevará a cabo, por eso no los apoya. Organiza ideas con un lenguaje tan certero que evidencia profundidad en el análisis y tan claro que le permite a cualquiera conectarse con el mensaje. Este individuo no es ni blanquito, ni ricachón, ni pitiyanqui, ni clasista, ni racista, ni asesino. Este tipo no encaja en la etiqueta del fascista. Y este señor, que no es fascista, protesta, pacíficamente. Así, Julio “Coco” derrumba el sofisma: es mentira que los que protestan son fascistas. Digamos esto alto y claro.

Desenmascarar el sofisma es preciso pues genera la pregunta que necesitamos que cale con profundidad en el pueblo chavista: ¿por qué protestan? Ahí entramos en terrenos ontológicos, la razón de ser de las protestas, el único plano en el que se producen puentes que conectan a los venezolanos de todas las clases, el de los verdaderos problemas del país: inseguridad, escasez, inflación, corrupción, impunidad. Por eso se protesta. El pueblo chavista sufre, como el que más, los problemas del país, y lo resienten. Este sufrimiento genera críticas naturales al gobierno dentro de sus mismos simpatizantes. Cuando estas críticas pesan lo suficiente para considerar que deben buscarse alternativas al status quo se genera algo distinto lo que se llama disidencia, la cual el mismo Julio “Coco” ha identificado. Importante es diferenciarlos de los opositores, que no simpatizan con el gobierno, los disidentes nacen de las filas del gobierno. Millones de simpatizantes del gobierno están ahora mismo descontentos, pero en su mayoría no consideran que existan alternativas viables a las del gobierno para resolver los problemas. Es decir, pese a su descontento aun no están dispuestos a cambiar el status quo, pues no encuentran cómo cambiarlo por algo que les parezca mejor. Debemos entender algo, los líderes de la oposición ya han sido fijados en el imaginario popular chavista como seres que encajan de forma certera en el arquetipo del opositor generado por la maquinaria de propaganda del gobierno. Ni Capriles, ni Leopoldo, ni María Corina, ni Ledezma puede escapar a esa etiqueta en la que les han encasillado frente a los ojos de millones de personas que alguna vez creyeron en Hugo Chávez. Estos líderes son demasiado opositores y el pueblo chavista no va a confiar en uno de ellos, por muy descontento que esté. Por lo tanto, las protestas que se identifican con estos líderes son, para los chavistas descontentos, las protestas de la oposición, no las suyas.

Hasta tanto los simpatizantes del gobierno no reconozcan que esas protestas son por los mismos problemas que ellos sufren y no las asuman como suyas no habrá una salida a la crisis política del país. Alternativamente, si se logra que los chavistas descontentos se unan a la protesta, tornándose por fin en verdadera disidencia, y se hace hombro con hombro con unos opositores que a su vez les reconozcan y les den la bienvenida, nos encontraríamos ciertamente frente a la estocada final al poder popular del gobierno.

Démosle un enfoque teórico más profundo a esta hipótesis. Ya en 2010 un politólogo chileno dado a estudiar el escenario venezolano, Fernando Mires, lo explicó en un artículo que tituló “Venezuela: la salida será por el centro”. Expone Mires, con erudición, que el hecho de que “tenga lugar una relación dialéctica entre oposición y disidencia (…) es (…) el preámbulo del descenso de toda dictadura”. Identificó el autor a Henri Falcón como un posible catalizador para esta relación dialéctica, pero advirtió también que la falta de olfato político le podía convertir en un socialdemócrata opositor más, como tristemente vemos hoy que ocurrió. Mires se lanza a revelar las claves del descenso dictatorial con teoría política y ejemplos históricos. Establece –basado en Poulantzas- tres condiciones para la democratización de una dictadura: que se genere una disidencia dentro de los seguidores del régimen, que esta disidencia se articule con la oposición democrática y que  la democratización pase por una modernización económica a nivel internacional.

El pueblo venezolano que está menos polarizado entiende instintivamente lo que Mires enuncia, aunque no pueda articularlo con tal ilustración. Sin embargo, el diálogo entre disidencia y oposición no ha ocurrido por la evidente polarización. No hay lugar en el chavismo para críticas, los disidentes son aplastados y vilipendiados. No hay espacio en la oposición para gente que no milite en los partidos políticos, los cuales carecen de credibilidad popular. No existían, hasta ahora, condiciones para que individuos ajenos a la polarización tuvieran una plataforma a través de la cual llegar al resto del país. Sin embargo, el gobierno ha pecado de soberbio y ambicioso y ha generado esas condiciones. En un intento por demostrar su poderío se dedicó a extirpar los espacios de difusión de mensajes y proyección de líderes opositores. Globovisión fue comprado y su línea editorial le hizo perder casi toda su audiencia y sus reporteros. Allí se daba cabida a los opositores radicales o previamente etiquetados, las voces que la disidencia hubiese podido reconocer no resonaban en sus pantallas. Bajo el esquema de unos niveles alarmantes de autocensura a los que el gobierno condujo a todos los canales de televisión se presenta un escenario de manifestaciones en múltiples focos del país que están ocurriendo desde que unos estudiantes tachirenses fuesen arrestados por lanzar piedras a la casa del gobernador Vielma Mora. Le sigue una horrenda represión, guarimbas omnipresentes y un auto de detención y posterior entrega de Leopoldo López. Hay muertos, heridos, torturados, calles cerradas, una interrupción de la vida cotidiana. Y no sale nada por televisión, salvo las condenas ciegas del gobierno con su repetitivo discurso. El venezolano, aun el chavista, no se puede quedar sólo con el discurso de Maduro en VTV y el saludo a la bandera en todos los demás canales.

Y aquí llegamos al tema central de este documento:  ¿por qué se han hecho virales los videos y memes de Julio “Coco”? Como dijimos, su imagen de mestizo que vive en un barrio de Caracas, que se identifica con la izquierda y muchas ideas de Chávez, que habla con respeto hacia el pueblo chavista con el cual se identifica y que denuncia la violencia de cualquier bando, derrumba el sofisma de que quien protesta es un fascista. Pero mucho más allá de esto, el venezolano siente una necesidad imperiosa por informarse y lo único que suple el espacio vacío dejado por las televisoras son las redes sociales. Y allí hay tantas líneas editoriales como usuarios. Con millones de venezolanos volcados a las computadoras y teléfonos inteligentes, con una sed insaciable de obtener información y escuchar algún análisis, por primera vez desde que Chávez llegó al poder en 1998 se encontró una plataforma con la masa crítica requerida para darle espacio al elusivo y paradójicamente ordinario sujeto que permita la articulación de la disidencia con la oposición. Y nos encontramos con una paradoja: tenemos años buscando un individuo que pueda unir la disidencia con la oposición y nos lo encontramos parado por todo este tiempo allí, diciendo por todo este tiempo lo mismo, pensando por años de la misma forma. Julio “Coco” no es un individuo excepcional, es un ciudadano ordinario que cumple, como tantos otros millares de venezolanos, con unas características que lo arrojan en el medio entre disidentes y opositores. No propongo que sigamos a Julio ‘’Coco” como a un mesías, nada más lejos de mi intención. No es él como individuo, es él como arquetipo. Así como el chavismo diseñó la imagen del opositor fascita para polarizar, Julio “Coco” es la articulada representación del venezolano puente entre disidencia y opositor, el antídoto a la polarización. Debemos reconocerlo y darle los espacios para que podamos tender los puentes entre oposición y disidencia. Y generar espacios y condiciones para tantos otros como él.

Por muchos años no hemos detenido la vista en ninguno de los millares de Julio Cocos que hacen vida política, hasta ahora nos habían sido elusivos bajo las sombras de la polarización. Necesario es reparar en ellos ahora. Es nuestra única alternativa a la dictadura. Por eso no podemos dejar de verlo, porque en él reconocemos el canal de conexión entre chavistas y opositores que habíamos estado buscando todo este tiempo.  En él reconocemos el camino de salida de esta dictadura.