lunes, 21 de enero de 2013

Un hijo

Ha pasado casi un año desde la última publicación en este blog. Si bien el objetivo del blog es resaltar los viajes, lo más relevante que me ha sucedido y me seguirá sucediendo tiene tres meses y todavía no duerme la noche completa. Razón tenía Andrés Eloy Blanco cuando dijo: "cuando se tiene un hijo, se tienen tantos hijos que la calle se llena". A ver si será cierto que "cuando se tienen dos hijos, se tienen todos los hijos de la tierra".

Antes de que naciera presenté (y aprobé, contra todo pronóstico) el examen de la barra de NY, en Búfalo, ciudad curiosa de glorias trastocadas por una crisis de hace un siglo. Asimismo, nos dio tiempo de ir a Barcelona a conocer a mi sobrino (seis meses mayor que su primo) y caminar tanto por el Barrio Gótico y por el Raval, fabulosos laberintos, que enfermamos a nuestros acompañantes; recorrer el sur de Francia en una van y atravesar los Pirineos nevados, cruzando Andorra; y caminar bastante más por las calles inmemoriales de Roma, donde Cristina sintió la primera patada, tal vez indicación que de que ya debíamos dejar de caminar. Luego de nacido, nos permitimos llevarlo a Venezuela, recorrer con él la mitad de los cayos de Morrocoy, escuchar ar Conde del Guácharo de un cd quemado vendido por un buhonero en una tranca de Caracas y hacerlo disfrutar jugando a los brincos tras caer en todos los huecos de Valencia (vista privilegiada).

El post anterior, de inspiración en Aquiles Nazoa, fue el primer impulso literario que sentí al saber que iba a ser padre. Ahora, armado con "Humor y Amor", "Tío Tigre y Tío Conejo", "La Danta Blanca" y un repertorio poético de más de 500 páginas recopilado por Luis Edgardo Ramirez, no espero más que compartir la literatura con mi hijo.