jueves, 4 de diciembre de 2008

Maletas II

Esta mañana nos despertamos con ganas de viajar y nos encontramos con dos alicientes: una oferta inusual de emiratos airlines a Sri Lanka y un proceso para obtener la visa reducido a un tercio de día. En menos de veinte horas voy a estar en Colombo, Sri Lanka, sin saber casi nada de ese país. La verdadera complicación del asunto consiste en que debemos entregar el apartamento antes de irnos, y aún no hemos empacado. Luego, llegamos el catorce de Sri Lanka para salir de nuevo a Shenzhen, desde donde empezamos un mes de mochileros en China.


A mi alrededor las botellas, las frutas, el polvo y múltiples objetos al azar que terminaron en la mesa de la cocina por un proceso de absoluta carencia de orden, se aglomeran esperando que alguien los ubique. Las rumas y el caos hacen ver el asunto maratónico.


Quizás el destino globalizado de los objetos que me rodean refleja lo que estamos viviendo aquí. La mayor parte va a parar en el balcón de un mongol, unas tres cajas al rincón del apartamento de una pareja coreano-japonesa, todo lo comestible a casa de una familia chilena y los abrigos para China al cuarto de una de las parejas de colombianos que se van con nosotros de mochileros.


Pero una arepa en Asia siempre ayuda a que proyecte mejores perspectivas. Me voy a comer y a ver si empaco algo luego.

martes, 11 de noviembre de 2008

Inclinación Natural

Mi pierna izquierda es tres centímetros mas corta que mi pierna derecha. Por tal motivo, tengo una inclinación natural hacia la izquierda, no puedo evitarlo. Sin embargo, últimamente me ha estado doliendo la planta del pie izquierdo. ¿Será que me estoy empinando un poco para centralizarme y mi cuerpo no lo aprueba?

jueves, 23 de octubre de 2008

Saramago. Cine. Sexo. Chocolate. Vino. En ese orden.

La belleza es un término que ha sido manoseado inescrupulosamente por millares, con insolencia a veces, con ignorancia otras tantas. No sé en qué categoría(s) pudiera ubicar este post.


La belleza existe como valor, más allá de los sentidos, como meta espiritual. Cuando esa fuerza metafísica se manifiesta en el plano físico entonces podemos percibir que hay algo que orienta lo que perciben nuestros sentidos, no es sólo azar, hay un propósito superior. Ahora, la vulgarización puede producirse por cinismo, en un esfuerzo de evadir la expresión adecuada del valor estético para no ser catalogado de cursi. Se arroja entonces de forma prosaica el objeto que, aunque orientado por la belleza, se ve truncado en su manifestación por miedo. Claro, este miedo no es sin fundamento, la cursilería es un mal terrible, tanto que el sólo mencionar el término belleza ya conforma una presunción de empalagamiento feminizado con matices pasteles, como pasa con la palabra amor (destáquese que amor no es un valor, es otra cosa. A los fines de una breve diferenciación: la belleza sería una meta y el amor un motor). Entiendo que la cursilería se produce por un mal entendimiento de la belleza, una concepción superficial de la misma. Cuando se trata de manifestar la belleza sin comprender sus fundamentos estéticos sale una versión rosa que la mimetiza pobremente. En otros casos, cuando se intenta forzarla, sale una versión horrenda de pobres tonos barrocos.


Digamos, como analogía, que un burócrata leguleyo es el equivalente a un poeta cursi. La justicia debe orientar las funciones del estado, por ello deben existir reglas claras que permitan que fluyan los trámites. Ahora, un apego excesivo a las normas procedimentales sin fijarse en el valor superior por el cual fueron orientadas produce que quienes las apliquen puedan fácilmente ahogarse en un enredo de diligencias inconexas, perdiendo del todo el enfoque original. Ha de ser por este paralelo que abundan los burócratas cursis.


Lo asombroso de los valores es que pueden manifestarse de muchas maneras, como la justicia adjetiva (de allí el enfoque de tantos procesalistas en la filosofía jurídica), o aún la belleza en sus formas. Un ejemplo literario: Saramago, en su obra, utiliza al lenguaje como un vehículo de una forma tan magistral que nos hace comprender que todos estamos montados sobre este Ferrari pero lo conducimos sin saber hacer los cambios, pisar el embrague o frenar con delicadeza. Él mismo describe cómo el idioma elige a algunos para poder expresarse, desarrollarse, manifestarse, y se sabe elegido. Puede hablar de las decadencias más atroces, de los excesos más obscenos, de los extremos del leguleyismo o la cursilería, pero haciendo un uso del lenguaje que sorprendería aún en la descripción del proceso de estripar un sapo con un zapato.


El cinismo, uno de los elementos que hacen de la expresión de la belleza un acto prosaico, puede ser sublime. Woody Allen ha desarrollado la capacidad de presentar sarcasmos intelectuales en numerosas formas, haciendo un humor inteligente. Pero su última película, Vicky Cristina Barcelona, demuestra una madurez estética extraordinaria. Si bien los sarcasmos no son tan pronunciados y los hilarantes enredos se ven casi sacrificados, las escenas de esta película muestran un valor estético de gran artista, algo que quizás Woody Allen había mantenido escondido en su burdo sarcasmo.


Por otro lado, la película Blindness, basada en Ensayo sobre la ceguera de Saramago, tiene una escena de sexo en la que apenas borrosas siluetas pueden verse en flashes intermitentes tras un fondo totalmente blanco, sexo blanco. Los gemidos breves acompañan esa, la imagen más gráfica de la película, que insinúa sin pudor la humedad de la penetración y las punzadas genitales en un arrebato carnal. Es un paréntesis hermoso y brutal.


Es que el sexo tiene una relación directa con la belleza. Bien hecho, es una manifestación pura de ese valor en los sentidos de sus practicantes. Otros estimulantes complementan. El chocolate derretido en la lengua desencadena endorfinas y el vino tinto enloquece las papilas gustativas, las embriaga de placer.


Hoy, por lo tanto, experimento con la belleza. ¡Salud!

jueves, 16 de octubre de 2008

Meme Literario

Este es un meme prestado del blog La Letra Herida.

1- ¿Cuál es la obra que más veces has leído?: El amor en los tiempos del cólera de García Márquez. Lo leí al menos 4 veces cuando adolescente, al menos 3 más cuando empezaba la carrera universitaria y creo que hace como 3 años lo leí por última vez.

2- ¿Cuál ha sido el último libro que has dejado a medias?: Don Quijote de la Mancha, mi tío Alfredo solía decir que para leer ese libro se tiene que tener al menos 40 años, de lo contrario no tenía sentido intentarlo. Debe ser que me lo creí.

3- ¿Qué te suele llevar a preferir una lectura en vez de otra?: Nada en particular, supongo que apenas el humor en que me encuentre en ese momento. Pero así como hoy elijo uno, en un par de días pueda que cambie de opinión.

4- ¿Recomiendas libros con frecuencia? ¿Qué libros recomiendas más?: En realidad no tiendo a recomendar muchos libros últimamente. Debe ser porque estoy haciendo un postgrado y todos los que me rodean tienen que leer 500 páginas diarias de leyes, sentencias, artículos académicos y libros varios, por lo que recomendarles más lecturas es como un severo insulto.

5- ¿Cuál fue el último libro de poemas que leíste?: Hace años que no leo poesía, al menos no un libro entero. De vez en cuando me topo con algo en Internet, quizás en algún blog (como los que pone a veces Marianne en La vida no trae instrucciones).

6-¿Cuál es tu momento preferido del día para leer?: En la noche, el problema es que cuando el libro es bueno me dan las 5am.

7- ¿Recuerdas el primer libro "serio" o adulto que leíste?: Cuando tenía como 11 años me leí un libro de navegantes polinesios (cuyo nombre y autor olvidé) y desde entonces no he dejado de tener un libro que “esté leyendo”. Justo después me leí Doña Bárbara de Rómulo Gallegos (nunca lo he releído).

8- ¿Te gusta ir al teatro? ¿Y leer teatro?: Me encanta ir al teatro aunque hace mucho tiempo que no voy. Leer teatro me parece extraordinario, sobre todo después de leer el Fausto de Goethe (el cual quisiera releer pronto, pero en inglés esta vez).

9- ¿Lees con frecuencia libros que no sean literatura (filosofía, divulgación, biografías, guías de viaje, cómics...)?: Quizás con tanta frecuencia como literatura. Hace poco me leí un librito sobre hinduismo, leo todo el tiempo artículos académicos (aparte de los que tengo que leer por las clases) sobre todo referentes a desarrollo sostenible y disminución de la pobreza. No hace tanto me dio por leer Rudolf Steiner, aunque nunca terminé ninguno de sus libros (empecé a leer 3). Leo sobre historia también, hay un libro interesante que llevo por la mitad de Isaac Asimov sobre historia, La tierra de Canaán, muy bien escrito. Leo la Biblia con cierta frecuencia, aunque con un ojo la veo inspiradora y con el otro le busco un tumbao.

10- ¿Prefieres comprar los libros o aprovecharte de las bibliotecas? ¿Te gusta curiosear en los mercadillos de libros (Feria del libro, libreros antiguos y de viejo...)?: Siempre he preferido comprar libros, pero con esta viajadera es muy difícil. Dejé una caja saca-hernias de libros en Nueva York, un estante entero en Venezuela y aquí en Singapur ya tengo más libros de los que me puedo llevar. Pero las bibliotecas de NUS son excelentes y las he exprimido. El problema es que si paso por un mercadillo de libros hay un poder sobrehumano que me exige comprar al menos un librito. Algún día tendré mi propia modesta mini-biblioteca, creo.

11- Cuando acabas un libro, ¿cuánto tardas en empezar otro? ¿Lees puntualmente o siempre tienes un libro entre manos?: Creo que nunca estoy leyendo sólo un libro, por lo que acabar uno significa ponerle más atención a los demás o empezar otro(s) nuevo(s).

12- ¿Has escrito alguna vez algo que consideres literatura? ¿De hacerlo, tendrías algún género al que te inclinases más?: Trato. Escribo cuentos cortos normalmente. He empezado tres novelas pero generalmente desarrollo un desprecio enorme hacia ellas cada vez que avanzo un poquito, ergo las dejo morir. Ahorita no tengo tiempo para siquiera pensar en escribir una novela y hace tiempo que no escribo nada que sea literatura. Es más, no tengo tiempo para este post, no se ni por qué lo estoy escribiendo cuado tengo una lista interminable de cosas por hacer.

viernes, 10 de octubre de 2008

Veo

A veces, y más frecuentemente en las madrugadas por la carencia de conciencia de los que nos rodean, por la disminución de los ojos que nos miran, uno es capaz de ver y entender algo de lo que siempre ha sabido pero se le escapa y no lo puede asir, huyendo de la construcción verbal. Es entonces cuando percibo la clara noción de que yo estoy aquí escribiendo unas líneas absurdables, palabra recién inventada y de inspiración jurídica, dando rodeos como prolegómenos de la idea que me lleva a escribir, entendiendo que cuando tecleo frente a la pantalla rayada de mi computador y con Cristina rendida tras de mi, Miguel está con Camila en un bungalow de Filipinas y Bernardita está a unos pisos sobre mí con Paul en la cama que recibe las frescas brisas contaminadas del puerto de Singapur, que vienen a su vez de Indonesia y sus bosques en llamas que persiguen en su desaparición un elusivo desarrollo, pero que cuando sea leído por Miguel, Bernardita o quien quiera que lo lea, será un momento distinto y posiblemente lejos de los mares del sureste asiático. Pero es en este rincón donde es escrito, es en Vietnam donde hablamos, que aunque ya ha pasado sigue existiendo ese momento en un hotel del área de backapackers de Ho Chi Minh City, y la vez que amanecimos en el apartamento de Upper Bukit Timah y solo al siguiente día averiguamos cuánto vodka tomamos, y la vez, hace un par de horas de este momento, que no vale de nada esa medida porque la lectura se hará en otro tiempo y lugar, cuando discutimos sobre qué fue primero, el pensamiento o la materia, y nos dimos cuenta de la cínica burla del huevo y la gallina.


La duda es entonces si existen las casualidades o todo es parte de un plan predeterminado. Si existieren, quiere decir que uno es dueño de sus acciones y elige en parte los cruces de su futuro, como en el jardín de los senderos que se bifurcan de Borges. Si estamos condenados a un destino inexorable y nos cruzamos de brazos sin hacer nada, puede que nuestro fado sea vivir de la inercia y ver pasar lo que pudo ser y no fue. No queda más que actuar, que decidir, aunque eso signifique que uno esté predeterminado a decidir.


Entonces decido abrir los ojos y dejarme guiar por los caminos que puedo vislumbrar en los escasos momentos de lucidez de las madrugadas. Ahora puedo ver un camino desde una breve loma, una angosta marca entre el pasto que dejaré de ver cuando amanezca y esté internado en el denso bosque del descenso o el ascenso, sin poder ver más allá de unos cuantos palmos que dejan pasar escurridizos haces de luz y unos ensayos para algún profesor que nos pide creatividad tras unas instrucciones micro-gerenciadas. Es ahora cuando decido caminar hacia una ruta que tiene sentido, una que no habría podido ver si no hubiéramos hablado en Ho Chi Minh, en casa de Bernie tras la cena o en la cocina de Miguel a través de Absolut Vodka. Una que no habría podido ver si no leyese Rayuela.


De pronto ustedes perciben algo, o solo soy yo, de todas formas gracias por ayudarme a ver. Era eso, nada más, gracias.

martes, 26 de agosto de 2008

Cebolla

No me gusta la cebolla. Nunca me ha gustado. Generalmente, cuando como en la calle, ordeno algo que no tenga cebolla, pero a veces se me escapa. El problema es que creo que tengo la mente demasiado abierta, cuando veo la cebolla en mi plato no tiendo a apartarla sino a comérmela, esperando que esta vez sí me guste. Tristemente, nunca me gusta.

domingo, 24 de agosto de 2008

Concentración

No me concentro. No culmino lo que empiezo. Por eso me he forzado a experimentar un proceso de cambio un tanto litúrgico. ¿Es liturgia esto? Si lo es, todo está bien, vamos encajando las piezas.

Esta liturgia de la concentración es un paso con doble filo, corta con el ritual, hiere con la razón sublimada, buscando la inspiración. Espero no encontrar más bien al instinto y confundirlo.

Hablo de cortes y heridas, pero ¿quién es el herido? ¿Estoy acaso cometiendo un acto de autodestrucción? Tal vez, depende de mi deber ser. Destruyo, luego construyo. ¿No debiera acaso construir sobre lo que ya existe? Pues algo debo limpiar el terreno, no todo es flores en un jardín.

Me faltan, sin embargo, otros dos cortes en los que debo trabajar. El trabajo por el trabajo, como un fin en sí mismo, es uno. Entender, y para ello entender que no entiendo, es el otro. Por ahora, trato de concentrarme, tal vez eso me sirva para seguir cortando y sembrando, y así eventualmente cosechar trabajados frutos del entendimiento de la ignorancia. Me concentraré en un ritual para comerlos y rogaré que no sean como la manzana de la discordia.

Espero que el esfuerzo no se desvanezca, al menos no sin dejar algún fruto, manzana o pera, mango no estaría mal.

jueves, 21 de agosto de 2008

Aldea global

Ningún país en la tierra me ha parecido, hasta ahora, realmente único. Cada cual es una mezcla de elementos comunes, unos con más de esto y otros con más de aquello. Pero las gentes son todas gentes, las montañas son todas montañas, y lo es también el mar.

En Bali, Indonesia, hay una danza religiosa sobre la candela, donde hombres en trance bailan descalzos sobre tizones encendidos, como en Sorte, Venezuela. China y Rusia, enormes naciones, quieren que el resto del mundo aprenda a entender sus excesos y los dejen en paz con sus violaciones a los derechos humanos, como Estados Unidos. Tailandia ha desarrollado el turismo sexual al punto de tenerlo entre sus principales industrias, produciendo como resultado una liberalización y aceptación de los travestis. Allá hay baños exclusivos para los “ladyboys”, en Brasil el Estado subsidia las operaciones de cambio de sexo.

Yo creo que eso de la aldea global no es una cosa del futuro. En Singapur se está viviendo ya. En Nueva York también.

viernes, 18 de julio de 2008

Domingo Gallardo

Sintetizo, sin mucho éxito, un cuento que una vez escribí:

El estrés de Domingo se multiplicó cuando la secretaria de su nuevo jefe, el nuevo era el jefe, que Domingo tenía tiempo trabajando ahí, lo llamó para indicarle que éste lo estaba esperando, que se reportara a su oficina inmediatamente. La úlcera le dio un toque, como los toques de facebook.

Mientras caminaba pensaba que le iban a indicar que despidiera más gente, ya había tenido que botar a tres subalternos en dos semanas. La crisis económica en la que estaban era muy profunda, los nuevos dueños podían alargar la inexorable quiebra despidiendo a medio edificio, pero de ahí a revivirlos era mucho el trecho. Como pensaba Domingo, Estamos jodidos. El libre mercado que sus fundadores defendían tan sentidamente se devolvió a morderlos en la yugular. Sí, en la yugular, porque en el culo no mata. Ni por un instante se imaginó que el verdadero motivo de la reunión, aunque aplazado y disfrazado, era botarlo a él.

Just come in, they’re waiting for you, le dijo la secretaria cuando se paró frente a ella, que iba de salida con cientos de carpetas en la mano. Domingo sonrió para sus adentros, pobre mujer, quizás su situación es peor que la mía, al menos yo no tengo que ver al cabrón del jefe a cada rato. La vio salir apurada y detuvo sus ojos en la marca que las pantaletas le hacían en la falda, hasta que se perdió en la maraña de ansiedad y pesimismo que era el edificio.

Lo estaban esperando. Tuvo que tragar fuerte para no darse la media vuelta y escapar. Adentro discutían. Reconoció la voz de Tom, otro director que estaba al mismo rango que él, en un departamento vecino. Y sintió lástima por él cuando su voz fue interrumpida por el insolente inglés, el detestado nuevo jefe, con ese acento grotesco, de vómito y eshes en vez de eses, y valga cercanía fonética con las heces. La mano se le quedó paralizada en el aire cuando, a punto de tocar la puerta, escuchó a Tom preguntar en tono desesperado, And what the fuck are we supposed to tell Gallardo. No era su intención espiar, pero no pudo convencer a su cuerpo de que debía interrumpir la conversación que definía su futuro. De tal forma, se enteró del plan según el cual lo iban a enviar a Río de Janeiro para intentar concretar un contrato que de antemano sabían que era un fracaso, mientras Tom asumía sus funciones en su ausencia. Regresaría con las manos vacías y esa iba a ser su excusa para botarlo.

Se dio la vuelta, tomó agua tratando de contener una enorme sonrisa que si la dejaba correr se le convertiría en carcajada, y se fue confiado a tocar la puerta, ahora sí. Se le había olvidado qué era sentirse feliz. Qué facilidad tiene el hombre para atarse a las cosas que detesta. Tocó la puerta y, al entrar, sumariamente le informaron que en dos semanas debía viajar en una misión vital a Brasil, tan delicada que se la asignaron a él directamente por la confianza que había sabido ganarse, Don’t fail, acotó el inglés en tono amenazador, que era el que más genuinamente le salía.

Se fue a su casa a contarle las buenas nuevas a su esposa, se regresaban a su país a vivir, que, Mi vida me botaron, no es suena a buena noticia. Allí empezaron los planes para invertir en Venezuela. En una semana ya tenían forma. En diez días ya había una cita en Valencia para sentarse a discutir las opciones. Usando sus influencias de una forma que no se había permitido antes, Domingo logró que le compraran el pasaje a Río de Janeiro haciendo escala en Caracas, aunque saliera bastante más caro.

A sus veintiocho años estaba por fin parado donde quería estar. Toda su vida había sido gordo, pero la gastritis que adquirió en el postgrado se le volvió úlcera trabajando al ritmo de Nueva York. Había perdido peso a una velocidad alarmante, ahora se veía tan flaco como siempre soñó en sus días de adolescente obeso, cuando debía emplear mil argucias y mucho dinero para que alguna mujer se fijara en él. Así forjó su personalidad de arrogante con dinero que brinda siempre no por generoso sino para exigir agradecimiento y sumisión. Sus amigos era lo que más extrañaba. Esas tardes en la oficina antes de irse a Brasil se las pasó recordando las miles de borracheras, las fiestas, los inventos, las bromas pesadas, las mujeres, las putas, los juegos de dominó hasta el amanecer, los viajes a la playa, la complicidad, los secretos, y no aguantaba las ganas de volver a ver a sus amigos, abrazarlos y decirles que los quiere. Habían pasado más de tres años desde la última vez que vio a la mayoría.

Decidió entonces crear su perfil en facebook y su alegría se multiplicó cuando encontró a Juan Miguel con fotos recientes de sus amigos en una carpeta que se llamaba Vinotinto, El Bar de Juancho. Le escribió un sentido mensaje y esa misma noche le llegó la respuesta, Que bueno saber de ti gordo de mierda, aaaaaaaños perdido. Juancho abrió un bar en El Viñedo y nos vimos todos en la inauguración, nada más faltaron Carlitos y Ale que están en España, y tú. Este sábado justamente nos vamos a volver a reunir ahí que es el cumpleaños de Gabriel, que anda despechado porque el culo lo mandó pal coño. Llámame al cel ese día pa que hables con todos, es 0414 439 1168. Un beso a Carolina gordo cabrón, se te quiere.

Cuando su avión con destino a Río de Janeiro hizo escala en Caracas, Domingo no se fue a la puerta A17, como le indicaba el boleto, sino que se fue a hacer aduana, se montó en un taxi y se fue a Valencia. Cargaba todo el equipaje en un morral que usó como equipaje de mano. En dos días iba a tener su cita de negocios, sorprender a sus amigos en el nuevo bar de Juancho y tomar el vuelo del domingo en la noche con la excusa de haber perdido el vuelo por culpa de la Guardia Nacional y sus revisiones de maletas.

Llegó a Valencia, era sábado por la tarde. Comentó por horas con sus padres sobre sus planes de volver y se preparó para salir. Se llevó el carro de su mamá y llegó a las diez de la noche al bar de Juancho. Desde la puerta pudo ver el oscuro local a medio llenar, dos mesas de pool frente a él y una mesa de dominó junto a la barra. Todos sus amigos estaban ahí, jugando y gritando entre carcajadas, como siempre. Se sentó en la última silla de la barra, muy cerca de todos ellos, y la bartender inmediatamente empezó a coquetearle. Esto no le pasaba nunca, cuando era gordo las mujeres lo buscaban por su dinero nada más, Dame una botella de Buchannan’s doce, ponla en esta tarjeta. Ese era su único gancho y lo usó antes de siquiera pensarlo, era natural en él. Mientras esperaba la botella escuchaba la conversación de lo que pasaba en el juego de dominó narrado y comentado. Fue cuando Juan Miguel dijo, Marico no sabes con quien hablé por el facebook, con el maricón del gordo Domingo, me escribió todo nostálgico cuando vio las fotos de todos nosotros en este bar. Me cagué de las risas, nunca me imaginé a ese gordo sin sentimientos ponerse melancólico, Chamo sería buenísimo que estuviera aquí, gritó Gabriel conteniendo las risas, Así nos paga la cuenta. Todos estallaron a reír, Te acuerdas cuando nos lo chuleábamos para ir a los Caracas Magallanes, De bolas, por eso fue que nos hicimos amigos de él, No chamo, lo mejor era cuando se robaba la camioneta del papá y nos brindaba una puta a cada uno, Viejo, yo le pedí real prestado como treinta veces y jamás le pagué, y el muy marico me seguía prestando, Pobre Carolina, nadie sabe cómo fue que le paró bolas pero ese gordo no la iba a soltar ni a tiros, fue el único culo que se cogió sin pagarle, Estás seguro que no le pagó, Ella se casó con él fue puro por la visa, como el papá del gordo es español a él le dieron el pasaporte europeo y así es más fácil emigrar, Ese pana es demasiado chuleado en la vida, No te mandó un cheque por el facebook, No, pero se lo voy a pedir, le voy a cobrar para mandarle fotos, Pero cóbrale en dólares que el gordo cochino seguro está nadando en real metido en un chanchuyo raro por allá.

Domingo, sentado en la barra, sonreía, Tienes lápiz y un papel que me regales, le pidió a la bartender, quien de inmediato se lo consiguió, Espérate que me vaya y dale a los chamos de esa mesa la botella que te pedí con esta nota. Firmó la cuenta, se puso de pie y se largó de inmediato sin alcanzar a ver la cara que ponía Gabriel cuando, desconcertado, con la nota en una mano y la botella en la otra, le leía a todos en voz alta, Mis queridos panas, qué alegría verlos reír, recordé muchos momentos geniales. Pero, sobre todo, qué privilegio me han dado hoy al permitirme escuchar lo que dicen de mí a mis espaldas. Les estaré por siempre agradecido. Disfruten esta botella, es la última vez en mi vida que brindo. Un abrazo del gordo Domingo Gallardo.

miércoles, 16 de julio de 2008

Memoria y miedo

El ascensor del edificio donde vivo tiene dos tonos distintos para avisar su llegada. Uno es como un típico timbre, un tono alto seguido de otro bajo, “tilún". Este suena en todos los pisos, excepto en la planta baja. Allí suena un tono único, un “si” –que no la afirmación o el condicional sino la nota musical-, tal como la segunda y recurrente nota de Clair de Lune de Claude Debussy (bueno, allí suenan dos notas, pero el “si” predomina al oído). Cada vez que lo oigo, se desata a sonar en mi mente la pieza de Debussy y termino silbándola.

La memoria es una compleja herramienta. Saber manipularla produce insospechados beneficios. Es como tener un auto de Fórmula 1 parado en el garaje, si lo sabemos usar podremos ir a velocidades vertiginosas, aunque la mayor parte del tiempo no podremos hacerlo y tendremos que conformarnos con usar la primera y la segunda velocidad apenas. Pero si no sabemos manejarlo, vamos a perder un tiempo incalculable dando trompos, estrellándonos o simplemente tratando de arrancar sin que se apague el motor (asumiendo que no nos matemos).

La conexión de la memoria con las emociones es muy estrecha. Una frase, un aroma, una sensación, puede desencadenar una serie de recuerdos y emociones que nos avasallan. Ahí se nos esconde el miedo.

Cuando algo nos produce miedo podemos hacer tres cosas distintas. La primera es paralizarnos. Ver al depredador acercarse, con los ojos enrojecidos del hambre y la rabia, y no hacer nada. La segunda es huir. Esta opción es de doble filo, puede salvarnos en el momento adecuado, aunque la paranoia puede, en medio de un pánico desmedido, hacernos correr directo hacia aquello de lo que huimos. La tercera posibilidad es igualmente ambigua. Enfrentarse a la amenaza suena muy valiente, pero puede demostrar exceso de optimismo de nuestra parte si no sabemos evaluar el riesgo en el que incurrimos y podemos terminar valientemente devorados cuando pudimos escapar. Claro, también podemos vencer y vernos fortalecidos.

La cuestión está en la evaluación y la identificación de la amenaza. Un amigo me preguntó una vez cuál era mi mayor miedo, a lo que respondí inmediatamente: la arrogancia. Convertirme en un ser con un complejo de superioridad, que considera que su opinión es sustancialmente más poderosa que la de casi cualquier otro, que emite prejuicios sobre la competencia o los valores de otros, considerando que no igualan a los suyos, me parece lo más deplorable en lo que me pudiera convertir. Mi amigo me respondió de inmediato que mi miedo en ese caso era mi ruta. Huir de algo es andar su camino. Terminaré en el centro de la arrogancia en mi ímpetu por alejarme de ella. ¿Cómo abordar esta situación? Aceptar -no la arrogancia, sino el miedo-. Eso significa enfrentar. Hay algo en mí que me conduce hacia allá, lo acepto, caminaré otra ruta. Si no lo acepto, si no lo identifico, sigo "huyendo" hacia el depredador.

Suena fácil.

domingo, 13 de julio de 2008

Postmodernismo

Los que dominan el mundo son ricos. A escala social, ellos imponen casi todo. Lo que se le escapa al mercado tiene dos destinos probables, el primero ser absorbido, el segundo desaparecer. El postmodernismo nos ha cambiado la forma de ver el mundo, el hombre siente que lo sabe todo, que nada se le escapa pues BBC y CNN junto al ciberespacio cubren todo lo que es relevante. Apenas los que sostienen teorías de conspiración constituyen una minoría que sospecha que algo se oculta, que no está a la mano. Creo yo que ellos no sospechan suficiente.

Lo que es noticia hoy y es historia en los textos es una azarosa obra de escoger un número insignificante de sucesos aislados entre un alud de acontecimientos y darle significancia atando fantásticos cabos. Tanto es lo que pasa desapercibido que no imaginamos las proporciones de nuestra propia ignorancia.

Paul Valéry en M. Téste ilustra con grandeza un aspecto del fenómeno del ego postmoderno que inspira este post. Los más grandes pensadores, filósofos, músicos, autores y cuanta categoría se nos ocurra, han pasado desapercibidos en la historia. Cuántas obras habrá escritas que nunca llenaron anaqueles y son igual o más grandiosas que La Guerra y la Paz o Hamlet, pero no tuvieron quien los publicara o masas de lectores que los devoraran. Cuántos artistas debieron esperar la muerte para ser reconocidos, cuántos murieron en vano. El año de la muerto de Ricardo Reis de José Saramago glorifica esta situación en las conversaciones de Ricardo Reis y el fantasma de Fernando Pessoa.

¿No sabemos nada en este, el mundo del azar? Pero quien juega a la ruleta en los casinos sabe de probabilidades, tiene una noción muy clara de sus opciones de triunfo. Hay unas hebras tras de todo. Hay quienes las ven y las usan; bien para ser tomados como uno de los elegidos en el alud de acontecimientos y figurar en este caos con ínfulas de orden; bien para influir profundamente y mantenerse en las sombras.

Asia crece y se llena de ricos. De rascacielos y cadenas de comida rápida. Crece, absorbiendo y desapareciendo aquello que se le interpone. ¿Hay control en ese crecimiento o es un camión sin frenos bajando la cuesta de una montaña? Hay quizás una ventaja que tiene la forma de pensar asiática sobre la occidental, ellos saben que saben muy poco. ¿Será la conciencia de la ignorancia realmente una ventaja? Sócrates murió por ello.

La razón es insuficiente cuando no se cuenta con la información necesaria para construir los silogismos que han de determinar nuestras acciones. Por eso no quiero ser racional sino volver a sentirme animal, olvidar que soy humano, usar los instintos con los que estoy armado, en la espera de que el óxido del desuso no los haya atrofiado. Quiero escapar del postmodernismo. Pero sé que en mi lucha por escapar terminaré corriendo directo hacia él. Esta paradoja me hace pensar que ignoro lo que quiero.

viernes, 4 de abril de 2008

Burbuja

El Subway de Nueva York en horas pico sufre de una apretada aglomeración de gente en el tren E en dirección a Downtown. Encerrado allí, con frecuencia pude escuchar los rítmicos traqueteos del metal de los rieles maltratado por el vagón con sobrepeso, la voz del operador indicando la estación por el parlante, el pitido de las puertas anunciando que van a cerrarse. Otra cosa distinta es escuchar a la gente hablar. De no ser por los ruidos propios del Subway, sólo habría silencio. Cientos de personas agolpadas unas contra otras sin proferir palabras. En las ocasiones en que el tren se detenía (sobre todo el A Express) pude apreciar con toda claridad que no había conversaciones transcurriendo entre los cientos de seres al azar que quedaban embutidos en esas latas de metal y fibra de vidrio subterráneas. Muchísima gente, poquísima interacción.

Escribo hoy desde aquel cuarto de mi infancia, que me recibió cálido y feliz. Los dos días que llevo en Venezuela, luego de más de nueve meses sin venir, me han recordado la interacción de extraños en sitios públicos que se da en estas tierras. No existe esa burbuja de espacio personal protegida como la propiedad en las ciudades de Norteamérica. Nadie dice “excuse me” para pasarte cerca, nadie duda en tocarte la espalda como medio de pedir permiso, nadie se disculpa luego de un leve tropiezo casual. Nuestra burbuja es mucho menor.

Salir a la calle en la ciudad en que crecí trae como consecuencia la alta probabilidad de encontrarme con alguien conocido. Cuán remota es esa posibilidad en Nueva York. Hoy me gritaron “¡Julio!” por la calle y casi no volteé. Claro que era conmigo.

Manejar en este caos de irrespeto absoluto por las más elementales leyes de tránsito es divertidísimo. Manhattan está diseñada para multar a la mayor cantidad de conductores posible (vaya si lo sabremos mi esposa y yo), desalentándolos de que lleven su carro. Su objetivo es enfrascar a todos en el multitudinario silencio del transporte público.

Claro, quizás la nostalgia me hace buscar razones para desdeñar Manhattan y amar Valencia.

viernes, 28 de marzo de 2008

Maletas

En este momento en que frente a la computadora tipeo las palabras que lees (momento distinto para ti, lector), debería más bien estar haciendo maletas. Mañana, a eso de las seis de la mañana, voy a manejar por unas cinco horas hasta una montaña en Vermont. Me voy a esquiar con la familia de mi esposa, que lo es mía también ahora. Para mí, que lo estoy escribiendo, suena terriblemente ridículo el “me voy a esquiar a Vermont”, pero claro, yo soy venezolano y esquiar es de ricos. Aquí en el noreste de USA lo hace todo el mundo, desde los aristócratas hasta las clases populares (bueno, no los que están recogiendo latas). De lo contrario yo, definitivamente, no lo podría hacer. Claro, es la una y media de la madrugada.

Pero esa no es la única maleta que debería estar haciendo. Llego el lunes de Vermont y el martes me voy a Venezuela. Empacar va a estar complicado pues voy a hacer un viaje con el que he estado soñando por años, escalar el Roraima Tepuy. En un grupo peligrosamente heterodoxo vamos a encaramarnos las vidas en los hombros y por siete días nos internaremos en la selva amazónica, a una región profundamente remota, que cuando era niño veía en los documentales de Expedición, la triple frontera Venezuela-Brasil-Guayana. Como puede suponerse, los equipos de alta montaña y selva lluviosa no son los mismos usados para acampar en Cuyagua o Cayo Sombrero.

Y sin embargo, tampoco se me acaban allí las maletas que debería estar haciendo en este momento. Casi inmediatamente después de regresar de Venezuela nos vamos a mudar, por lo que requerimos empacar bastante. Es una mudanza poco convencional, al otro lado del planeta, literalmente. Es decir, la diferencia horaria son doce horas. El sureste asiático será mi anfitrión por el próximo año.

Pero yo estoy aquí sentado, escribiendo este post.

martes, 11 de marzo de 2008

Intuición

La vista del ceniciento túnel de concreto la distrajo de sus pensamientos sobre el vacío que experimentaba. Intuía que el humano había perdido algo con la evolución de la sociedad, una conexión directa con otras dimensiones que influyen en esta y viceversa, No dejaron de influir, sólo dejamos de saberlo, había pensado. Por eso se preguntaba si eran suyos esos átomos que conformaban su mano cuando la extendía para verla, dándole suaves vueltas intermitentes, como esperando encontrar algo distinto a la siguiente vuelta, en el dorso o la palma. Aunque no había sorpresas, no se conformaba. Pero ya no en pensaba en eso, al mirar el túnel se desconcentró.

Estaba sentada en el primer puesto del autobús, del lado opuesto al piloto. Le encantaba sentarse allí porque tenía toda la vista de frente. El túnel que cruzaban era más como un prolegómenos de túnel, no uno propiamente dicho. Estaba compuesto por innumerables arcos rectos de concreto, como gigantescas C cercando la autopista a ambos lados. Había una distancia corta entre uno y otro arco, suficiente para que se colaran los rayos del sol, que entraban desde una sola de las vías, ahora el canal de regreso. La contaminación producía perfectos haces de luz, de ángulos rectos, iluminando un sector de la vía y variando la gama de colores del concreto y el asfalto humedecido, enmohado, limpio, erosionado. Viendo esto no podía pensar en más nada. Los arcos terminaban bajo la luz del sol, que casi de inmediato se perdía en un túnel distinto, subterráneo este otro. Las luces de los frecuentes bombillos a ambos lados del techo abovedado, como el autobús iba rápido, hacían que la sombra que proyecta el tubo vertical al final de las escalerillas girase como una hélice en un collage sacado de una improbable escena de trainspotting.

Poco después de salir del túnel, luego de atravesar un tráfico sin gracia, el autobús llega a su última parada. Todos se bajan con prisa. Nadie vio el pie junto a las sombras del tubo esquivar las hélices en blanco y negro. Nadie se fijó en la escala de colores cenicientos, ni en los ángulos rectos de los halos de luz. La cotidianidad no los deja, tienen que llegar al trabajo, a una cita, al banco, al médico. Ya tienen bastante en qué pensar con sus parejas, sus cuentas, sus jefes. Tienen suficientes ocupaciones para observar de qué color se pone la calle cuando le pega el sol. Por eso ella no tenía a nadie a quien contarle lo que había visto. Callaba, hacía mucho que callaba.

Con nadie comentaba su fascinación gutural por los sótanos y las cuevas. Las veces que se había sentado en la loma de una montaña rocosa a ver el mar le parecían experiencias vividas por otra persona, nunca propias. En todo caso, imágenes de un sueño profundo, de aquellos que recordamos parcialmente y sabemos, ansiosos, que el clímax, la parte esencial del sueño, se nos escapa. Pensaba que en un lugar así se debía experimentar paz interna, satisfacción, la sensación de haber logrado lo que quería, pero ya no se acordaba cómo se sentía eso. Tampoco se acordaba lo que quería. Siempre que iba a la playa se olvidaba de esto, como a uno se le olvida que se acostó a dormir cuando empieza a soñar.

Lo poco que algunos autores le habían enseñado de metafísica lo creía con más fe de lo poco que sabía de religión alguna. Le gustaba el concepto de la cosa en sí de Kant, aunque no lo había leído a profundidad. Creía que la materia no era casual, que no se creó por azar, que había sido diseñada adrede, y que estaba dominada por una serie de reglas, más bien matemáticas, que ordenaban todo. Pero intuía que a veces las cosas se desordenaban, se brincaban las reglas, y entonces hasta las matemáticas fallaban. Recordaba cómo una certidumbre sin fundamento la había hecho predecir eventos futuros. Pero, claro, las callaba. Había profetizado para sí misma, sin convencerse en lo absoluto, eventos políticos que nadie imaginó; desenlaces fatales en relaciones prometedora; uniones absurdas; descubrió fuertes tendencias en la personalidad de algunos con sólo darles la mano, forzándose luego a no caer en prejuicios y solicitando múltiples opiniones de terceros, sorprendiéndose con cierto orgullo íntimo que todas coincidían con su predicción. Si no creía en ella misma, no podía juzgar al mundo por no creer en él. Lo que le preocupaba es que ella al menos dudaba, al mirar su mano, pero no sabía si el mundo, ocupado con otros problemas, se había olvidado ya de dudar.

Dudaba también, o quizás sobre todo, del amor. La gente lo describe como si estuvieran degustando productos con los ojos vendados para un comercial. Ella también lo había sentido en la piel, en los labios, en los huesos, en los párpados, en los pezones, en la ausencia, en la soledad. Ella tampoco sabía lo que era. Cómo encontrar lo que se desconoce, se preguntaba. A veces creía que el amor era como la leyenda de El Dorado, cuando los nativos de la Suramérica de mil quinientos les describieron a los conquistadores españoles una ciudad con riquezas incalculables en oro y piedras preciosas. Cuántas empresas fútiles se emprendieron en la búsqueda de una recompensa que nunca existió. Antes se sentía sin ánimos para seguirlo buscando. Ahora era peor, pues se sentía sin ánimos para dejar de buscarlo.

Le faltaba equilibrio. O tenía una pata menos, o las tenía completas pero demasiado débiles para mantenerse firme. Una vez le dijeron, Te amo pero me voy. Y se fueron. Cómo encontrar equilibrio, para qué, por qué, dónde. Se acordó de Rudyard Kipling y cambió el tema en su mente. Estaba llegando a su casa. Lo primero que hizo fue desvestirse y caminó desnuda hasta el baño para tomar una ducha. El agua se le confundía con las lágrimas y era como que no lloraba.

Debe haber algo más allá, pensaba en la ducha, sólo que no lo sabemos. El amor debe estar allí, junto a El Dorado.