El Zurdo llegó al club harán unos nueve años. Es un hombre reservado, siempre con un rostro grave, de ceño fruncido, pero sus pupilos lo admiran y sus logros como entrenador lo han hecho inamovible en el club. Quienes más le quieren en particular, claramente, son los zurdos. Los derechos, debido al extraño esoterismo deportivo que los excluye, no lo tienen en tan alta estima. Poco o nada se sabe de su vida personal.
Sin embargo, no era su calidad de juego lo que lo hacía tan misterioso y blanco de tanta habladuría. Eran sus peculiaridades como entrenador lo que despertaba el imaginario popular. Si bien nunca se ha negado a entrenar a nadie, su trato hacia los alumnos zurdos es distinto que con los derechos. Aquellos tenistas bajo su supervisión que son zurdos y que demuestran el talento necesario y la dedicación suficiente, pueden ser elegidos por el Zurdo para experimentar una especie de ceremonia de iniciación, luego de la cual, se hace evidente, es que realmente les enseña sus secretos.
Nunca habló a nadie sobre qué les decía a los elegidos durante la iniciación, aunque la misma fuese, técnicamente, pública. No se conoce tampoco de alumno alguno que haya osado repetir los secretos impartidos por el Zurdo.
La ceremonia de iniciación era un evento esotérico. El Zurdo era muy delicado al respecto. Todo se hacía en las noches, generalmente cerca de la medianoche, después de que el alumno hubiese pasado una serie de pruebas físicas y hubiese memorizado algunas palabras, que sólo repetía frente al Zurdo. La celebración se hacía en la última cancha, la que está más baja, estando en la cual nadie podía verlos desde afuera. Se cerraba la puerta y el Zurdo permitía, exclusivamente, que hombres derechos la presenciaran. Zurdos, mujeres y menores de edad no podían entrar, aunque se tratara de una niña. Sin embargo, como podemos atestiguar quienes hemos asistido, estar allí como espectador es más bien aburrido. No sabemos nunca ni podemos adivinar de qué se trata todo aquello, aunque lo hayamos visto frente a frente. Las reglas para los asistentes son claras y estrictas: se deben sentar en las gradas y no les es permitido acercarse a la cancha, ni hacer ruido, o entrar o salir durante la ceremonia. De más está decir que se prohíben celulares y cámaras fotográficas. Nadie, aunque prestara mucha atención, escuchaba lo que el Zurdo le decía al iniciado, quien, sentado en un banco con los ojos vendados, hacía extraños movimientos, a veces con la raqueta. Luego bebía de un termo que le ofrecía el zurdo, se ponía de pie, ya sin la venda, y corría alrededor de la cancha extendiendo los brazos. Todo aquello duraba menos de media hora. Al final de la ceremonia el iniciado no jugaba tenis por una semana, ni le era permitido tocar la raqueta. Al volver a las canchas, su juego empezaba a mejorar de forma paulatina e indetenible. Los iniciados únicamente recibían clases solos o con otros iniciados. Cuentan padres y hermanos de iniciados que, a veces, los escuchan murmurando, como repitiendo un mantra, tras la puerta de sus cuartos, en las noches.
El mejor de los alumnos del zurdo se había mudado a Nueva York, donde una universidad le había ofrecido una beca deportiva. A sus diecisiete años ya había participado en tres grand slams en categoría junior, e incluso había llegado a cuartos de final del Roland Garrós. Volvió para navidades y en el club le recibimos como a un héroe. Estaba jugando a un nivel extraordinario y se rumoraba, incluso, que iba a ser convocado para el equipo de Venezuela en la Copa Davis.
Fue esa noche en que le agasajamos los viejos del club que pude, entre tragos de whisky, sentarme al lado de él y obtener una confesión inesperada. El zurdo, quien era muy mal bebedor, se tomó dos tragos y estaba notablemente afectado, por lo que se fue temprano, no sin antes darle un sentido abrazo a su pupilo estrella. Todos los que asistimos a su iniciación estuvimos ahí. Le hicimos infinidad de bromas y comentarios sobre la influencia de sus conocimientos esotéricos. Se lo tomaba de buen humor, pero no revelaba nada, y aseguraba que aunque no conocía a nadie en el extranjero que hubiese recibido una iniciación similar, él mismo no le había contado a nadie al respecto, por lo que es posible que otros también guardaran secretos. Lo acosamos preguntándole sobre señas peculiares o simbología que les permitiera a los iniciados reconocerse en el mundo, pero se reía sobre tales insinuaciones.
Él no había tomado tanto como nosotros, por lo que a las dos de la madrugada estaba mucho más fresco que ninguno de los viejos. El interés hacia su persona disminuyó y empezaron a hablar de negocios, o cualquier otra cosa. El tenista se paró para ir al baño y, a su regreso, estaban los viejos que quedaban enfrascados en una discusión sobre el verdadero valor de un lote de tierra junto a la autopista. Yo era el único sentado aparte, junto a la barra, así que el joven se sentó al lado mío.
Aun no sé qué chiste trataba yo de hacerle, cuando, luego de hablarle un poco del tiempo en que yo viví en Nueva York, le dije, en forma de broma, que sabía la verdad, que él no era realmente zurdo. Su cara cambió de forma violenta y sus manos apretaron bruscamente el borde del banco en el que se sentaba, como si se aferrara para no caerse a un precipicio. Su quijada apretada le hacía brotar de forma intermitente los músculos de la cara y su respiración se había acelerado. Me preguntó que cómo lo sabía, y a esas alturas yo aun no estaba seguro de si era él quien estaba haciéndome una broma a mí. Sin saber cómo reaccionar, traté de seguirle la corriente, diciéndole que no importaba cómo me enteré, pero que ya lo sabía. Me dijo que el Zurdo no lo imaginaba, me pidió que no se lo contara, ni al Zurdo ni a nadie, dejando escapar un dejo de amenaza.
Al final me contó todo, aprovechando el resguardo de los gritos y carcajadas de la mesa de al lado. Su padre, que no era socio del club y a quien yo ni siquiera recuerdo, le había hecho mucho hincapié desde niño en que debía aprender a batear a la zurda, ya que el deporte que realmente jugaba era el beisbol. Se destacó bastante como bateador en las ligas compoticas, y se paraba alternativamente a la derecha y a la zurda. Luego, su padre escuchó hablar del zurdo y lo inscribió en clases de tenis, pero en otro club distinto, con otro entrenador. Lo obligó a jugar exclusivamente con la zurda y le pidió que empezara a escribir también con su mano izquierda. Les decía a todos en la calle que su hijo era zurdo, incluso tratando de convencerlo a él. Luego de unos meses, cuando su juego había alcanzado cierto nivel, lo llevó ante el Zurdo. El resto de la historia, me dijo, ya la conocen todos. Desde entonces nadie fuera de su familia sabe que es en realidad derecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario