jueves, 23 de octubre de 2008

Saramago. Cine. Sexo. Chocolate. Vino. En ese orden.

La belleza es un término que ha sido manoseado inescrupulosamente por millares, con insolencia a veces, con ignorancia otras tantas. No sé en qué categoría(s) pudiera ubicar este post.


La belleza existe como valor, más allá de los sentidos, como meta espiritual. Cuando esa fuerza metafísica se manifiesta en el plano físico entonces podemos percibir que hay algo que orienta lo que perciben nuestros sentidos, no es sólo azar, hay un propósito superior. Ahora, la vulgarización puede producirse por cinismo, en un esfuerzo de evadir la expresión adecuada del valor estético para no ser catalogado de cursi. Se arroja entonces de forma prosaica el objeto que, aunque orientado por la belleza, se ve truncado en su manifestación por miedo. Claro, este miedo no es sin fundamento, la cursilería es un mal terrible, tanto que el sólo mencionar el término belleza ya conforma una presunción de empalagamiento feminizado con matices pasteles, como pasa con la palabra amor (destáquese que amor no es un valor, es otra cosa. A los fines de una breve diferenciación: la belleza sería una meta y el amor un motor). Entiendo que la cursilería se produce por un mal entendimiento de la belleza, una concepción superficial de la misma. Cuando se trata de manifestar la belleza sin comprender sus fundamentos estéticos sale una versión rosa que la mimetiza pobremente. En otros casos, cuando se intenta forzarla, sale una versión horrenda de pobres tonos barrocos.


Digamos, como analogía, que un burócrata leguleyo es el equivalente a un poeta cursi. La justicia debe orientar las funciones del estado, por ello deben existir reglas claras que permitan que fluyan los trámites. Ahora, un apego excesivo a las normas procedimentales sin fijarse en el valor superior por el cual fueron orientadas produce que quienes las apliquen puedan fácilmente ahogarse en un enredo de diligencias inconexas, perdiendo del todo el enfoque original. Ha de ser por este paralelo que abundan los burócratas cursis.


Lo asombroso de los valores es que pueden manifestarse de muchas maneras, como la justicia adjetiva (de allí el enfoque de tantos procesalistas en la filosofía jurídica), o aún la belleza en sus formas. Un ejemplo literario: Saramago, en su obra, utiliza al lenguaje como un vehículo de una forma tan magistral que nos hace comprender que todos estamos montados sobre este Ferrari pero lo conducimos sin saber hacer los cambios, pisar el embrague o frenar con delicadeza. Él mismo describe cómo el idioma elige a algunos para poder expresarse, desarrollarse, manifestarse, y se sabe elegido. Puede hablar de las decadencias más atroces, de los excesos más obscenos, de los extremos del leguleyismo o la cursilería, pero haciendo un uso del lenguaje que sorprendería aún en la descripción del proceso de estripar un sapo con un zapato.


El cinismo, uno de los elementos que hacen de la expresión de la belleza un acto prosaico, puede ser sublime. Woody Allen ha desarrollado la capacidad de presentar sarcasmos intelectuales en numerosas formas, haciendo un humor inteligente. Pero su última película, Vicky Cristina Barcelona, demuestra una madurez estética extraordinaria. Si bien los sarcasmos no son tan pronunciados y los hilarantes enredos se ven casi sacrificados, las escenas de esta película muestran un valor estético de gran artista, algo que quizás Woody Allen había mantenido escondido en su burdo sarcasmo.


Por otro lado, la película Blindness, basada en Ensayo sobre la ceguera de Saramago, tiene una escena de sexo en la que apenas borrosas siluetas pueden verse en flashes intermitentes tras un fondo totalmente blanco, sexo blanco. Los gemidos breves acompañan esa, la imagen más gráfica de la película, que insinúa sin pudor la humedad de la penetración y las punzadas genitales en un arrebato carnal. Es un paréntesis hermoso y brutal.


Es que el sexo tiene una relación directa con la belleza. Bien hecho, es una manifestación pura de ese valor en los sentidos de sus practicantes. Otros estimulantes complementan. El chocolate derretido en la lengua desencadena endorfinas y el vino tinto enloquece las papilas gustativas, las embriaga de placer.


Hoy, por lo tanto, experimento con la belleza. ¡Salud!

1 comentario:

Alchemist dijo...

sexo en el cine acompadado con chocolate pasandola con vino.. mmm rika mezcla