Desde cualquier perspectiva, el manejo
del país por parte del gobierno de Maduro es deficiente, para
emplear un sonoro eufemismo. A pesar de que carecemos de confiables
instrumentos de medición, el descontento relacionado a una serie de
problemas es generalizado y va mucho más allá del 49% de la
población que votó en Abril de 2013 por Capriles. No es simple
hacer un análisis político en medio de una profunda conflictividad
que resalta manifestaciones ubicuas, represión procaz, guarimbas de
doble filo, ausencia de división de los poderes, insultos
rimbombantes, improperios infantiles, fuego cruzado de acusaciones y
una hemorragia de noticias que no sabemos si son fidedignas,
tergiversadas o una descarada mentira, porque las hay de las tres por
montones. Pero si queremos encontrar soluciones debemos intentar
comprender por qué no hay una mayor articulación entre ese 49% de
las personas que no votó por Maduro y ese otro numero indeterminado
de personas que, aunque se abstuvieron o votaron por el gobierno, hoy
en día también quieren que las cosas mejoren pues sufren los mismos
males que el resto del país. Claro, quedan excluidos de aquí
aquellos que ostentan riquezas obtenidas por convenios con el estado,
que ocupan altos cargos públicos o que se han radicalizado por el
motivo que sea para apoyar al gobierno sin importar las
circunstancias, aun cuando sea a costillas de asesinar a todos los
que se atraviesen. También quedan dolientes de Hugo Chávez, quienes
le siguieron siempre y ven como un doloroso acto de lealtad
mantenerse apoyando a Maduro, y como una inaceptable traición
hacerle oposición. Pero para todos los demás, para los que hoy
somos, sin duda alguna, una abrumadora mayoría de venezolanos que
queremos que el país cambie de rumbo y empiece a funcionar, es
imperativo discernir por qué es que no nos podemos poner de acuerdo
sobre cuál es el camino a seguir.
Analicemos la explicación oficialista.
El gobierno tiene una teoría: las manifestaciones solo ocurren en el
este de Caracas, en el norte de Valencia, en Lecherías y no en
Barcelona, en las zonas pudientes, pues, mientras que los barrios
populares no salen a guarimbear. Desde el PSUV se pretende plantear
que los ricos están descontentos porque pierden sus tradicionales
beneficios frente a las clases populares, que ahora con este gobierno
tienen (o tendrán, en casos de niveles de cinismo menos agudos) las
riquezas del país en sus manos, el petróleo ahora es de todos.
Alegan los oficialistas, además, que existe un intento de golpe de
estado foráneo, con ayuda de lacayos locales y de jóvenes ingenuos
e influenciables. Esta teoría hace aguas muy pronto. Caricuao y
Catia han manifestado, la Isabelica ha sido foco de guarimbas y
marchas opositoras, así como múltiples otros sectores populares que
han levantado su voz, a veces con timidez, para decir “aquí
tampoco estamos contentos”. El acceso a las riquezas para las
clases populares, después de 15 años de gobierno “socialista”,
no parece estar más cerca que antes. La teoría del golpe de estado,
si usamos la Navaja de Ockham para analizarla, no tiene asidero
alguno, tomando en cuenta su complejidad argumentativa y que no se ha
presentado ninguna evidencia para respaldarla excepto las de la
naturaleza de las fotos mostradas por Diosdado Cabello de
“paramilitares” con pistolitas de paint-ball.
Planteemos una teoría alternativa: la
escala de valores en las clases populares y las clases medias
venezolanas tienen órdenes distintos, y al proponer la lucha desde
los valores predilectos de cada cual se corre el riesgo de excluir al
otro. Lo que es en realidad complentario, se percibe, por culpa de la
polarización, como excluyente. Vayamos al grano y veamos las
diferencias en los valores de los distintos sectores socioeconómicos
del país. Lo que es más importante para un residente de una
vivienda con techo de zinc, piso de tierra y sin aguas negras no es
lo mismo que para el que vive en un apartamento con aire
acondicionado, parquecito con piscina y dos puestos de
estacionamiento techado. Aunque los dos sufren en carne propia la
inseguridad, la inflación, la escasez, el ambiente les llevan a
procesar estos asuntos de manera muy distinta. Tal vez la forma más
reveladora de identificar las diferencias en la visión del mundo nos
la provee la teoría de las tres generaciones de derechos humanos,
planteada por Karel Vasak. Visto así, podemos identificar tres
grandes grupos de derechos humanos basados en la premisa de la
revolución francesa: libertad,
igualdad y
fraternidad. La primera generación de derechos son los que se
refieren a la libertad, y en ellos destacan los derechos civiles y
políticos como la libertad de expresión, el derecho al debido
proceso y el derecho al voto, entre otros. Este es el orden de
derechos con que más se identifican las clases medias venezolanas,
que no toleran la censura a los medios, que aborrecen los
allanamientos ilegales, que se indignan con los fraudes electorales,
para quienes la impunidad es un motivo de alarma. La segunda
generación de derechos humanos, relacionados a la igualdad, son los
derechos económicos y sociales como el derecho a la vivienda y el
derecho a la alimentación. Los sectores populares sienten mayor
identificación con el acceso a una vivienda digna que no se caiga
con una tormenta y que tenga servicios básicos, o con la capacidad
de adquirir comida a precios asequibles que les permita nutrir a su
familia de manera adecuada. La tercera generación la nombramos por
compromiso, pero no juega un rol en este análisis. Se refiere a
derechos colectivos y difusos, identificados con la fraternidad,
entre los cuales se puede nombrar el derecho a la autodeterminación
de los pueblos o el derecho al desarrollo.
Veamos dónde se genera la ruptura para
poder enmedarlo. En enero, un grupo de líderes opositores,
separándose de otras corrientes opositoras, plantean #LaSalida.
Leopoldo López, María Corina Machado, Antonio Ledezma, hastiados de
la incompetencia y la corrupción gubernamental, proponen que la
sociedad civil se lance a las calles para solicitar salidas
constitucionales al gobierno, como la renuncia, la enmienda o reforma
constitucional y la asamblea nacional constituyente. Poco más se
explica sobre el objetivo y su métodos. La ausencia de claridad en
la alternativa al gobierno, en el proyecto de país que sería
llevado a cabo si se logra la salida, hace que el mensaje produzca
mucha mayor motivación en un sector que en otro. Siendo los
promotores individuos de sectores acomodados, su conexión con los
sectores populares no es inmediata. Al mismo tiempo, el mensaje
repetido hasta la saciedad desde hace 15 años por parte del gobierno
de que si llega un opositor al poder lo primero que harán es cerrar
los mercales, acabar
con la misión vivienda y derrumbar los CDI, realmente resuena en los
barrios. ¿Para
qué salir de un gobierno que al menos me mira –se dice en los
barrios– y me promete algo, aunque no cumpla, para caer en manos de
otro que ni siquiera me está hablando a mí? Apatía, apenas,
produjo este mensaje opositor en los sectores populares. Esto para
quienes lo escucharon, pues muchos lo ignoran del todo. No así entre
algunos de las clases medias, que escucharon alto y claro en el
discurso de Leopoldo y María Corina un llamado de clarín.
Sin
embargo, gracias a la torpeza del gobierno nacional, nace la
necesidad de unificarnos. La respuesta oficial a las manifestaciones
opositoras fue la represión brutal. Nada organiza más a un pueblo
que la indignación. Y el desconocimiento al derecho a la protesta
fue un chorro de gasolina en una pequeña candelita. Fue el gobierno,
en su barbarie represiva y homicida, el que despertó al pueblo. Se
resaltaron así todos los males y entramos en una espiral de
violencia. El gobierno pretende polarizarla, generar un juego de suma
cero donde el que gane se lleve todo y desbanque al contrario. Exige,
pues, que a cualquiera que disienta se le trate como a un traidor a
la patria, como a un terrorista de la extrema derecha, aun cuando lo
que esté pidiendo sea que se haga algo por la inseguridad, o por la
escasez de medicinas, o por la impunidad, o por la inflación
desbordada, todos problemas inocultables y que afectan al país
entero. No importa si el que clama es sindicalista, indígena, obrero
o clase media, todos irán al mismo saco. Y reprime con muerte,
usando bandas paramilitares armadas como medios de represión
complementaria a la barbarie de la Guardia Nacional y los cuerpos
policiales. Para el gobierno la estrategia es que en los sectores
populares no exista protesta notoria, el silencio es suficiente para
que se asuma que se está de su lado. Como dijo Desmond Tutu, “si
eres neutral en situaciones de injusticia has elegido el lado del
opresor”.
Sin
embargo, es muy difícil para un pueblo descontento, aun carente de
liderazgo, ponerse del lado del asesino lleno de promesas vacías. Y
ha empezado a surgir algo distinto en el país, mucho más poderoso
que la tesis de La Salida sobre la cual apenas conocemos el título.
Algunas voces distintas a las tradicionales empiezan a resonar. En
medio de la coyuntura surgen liderazgos inesperados y atinados. Se le
da, por fin, contenido a la protesta. Una crítica central de la
línea gobiernera a las primeras protestas estudiantiles en el
Táchira era que los estudiantes no tenían ni pancartas, que no
tenían mensaje alguno, solo gritaban “¡Y
va a caer, este gobierno va a caer!” Esa crítica, hoy en día, no
tiene asidero. Las protestas están repletas de contenido, tanto
político como social. Pero el liderazgo sobrevenido se ha enfocado
en la protesta social. Y es por ese camino donde convergen los
valores de libertad e igualdad, donde existen enormes puntos de
encuentro entre la clase media y los habitantes de zonas populares.
El
gobierno, con una retórica beligerante, con una actitud represiva,
reta a todo el planeta a que se le enfrente. Amenaza a los gobiernos
del mundo, corta relaciones con Panamá, advierte que inspectores
internacionales no tocarán suelo patrio, y se regodea del que hace
silencio pues lo cuenta entre aquellos que están de su lado (de nuevo, el neutral en situaciones de injusticia apoya al opresor). Los
secotres populares, que no han hecho ruidos estruendosos, son hasta
ahora la batalla que favorece en la opinión pública al régimen. En
Altamira podrán trancar todas las calles todos los días, mientras
no reclame el oeste de Caracas el gobierno tiene de dónde aferrarse,
de la boca para afuera al menos. Estos sectores, solo para defender a
Leopoldo López de su encierro o a María Corina Machado de los
ataques sufridos, no van a abrir la boca. Eso no los va a mobilizar.
Pero muchos en esos sectores tampoco están, ni remotamente,
contentos. Y no les agrada el belicismo, la brutalidad policial, el
regodeo de “tener al pueblo de su lado” del que se jactan Maduro
y Cabello.
Solo
los líderes locales pueden movilizar ese descontento. Saverio Vivas
es un ejemplo claro de un líder del oeste de Caracas que une voces
opositoras y disidentes. Habitante de Catia, tiene mucho tiempo en
roles de liderazgo en el barrio. A pesar de sus largos años de lucha
social y política, no es sino tras esta crisis de 2014 que su nombre
empieza a resonar a nivel nacional. En los últimos días lo han
entrevistado algunos de los periodistas más renombrados del país y
no pocos medios internacionales. Porque Saverio es uno de los pocos
con la valentía de organizar una marcha masiva que atraviese el
oeste de Caracas. Sabe que es ahora el blanco de los esbirros del
régimen, de los grupos armados que amenazan de muerte a todo el que
se atreva a manifestarse en contra del gobierno. La gente en Catia
cacerolea, pero lo hace con miedo de estos grupos. Saverio los conoce
bien, se niega a llamarlos colectivos, pues los verdaderos colectivos
son otra cosa, son grupos con objetivos sociales, no los violentos
cuerpos de choque como aquellos que disparan contra manifestantes y
aterrorizan a la población. Estos matones pagados por el gobierno le
han amenazado incontables veces. Una vez le dieron una golpiza tan
tremenda por atreverse a manifestar en contra del gobierno en plena
Catia que le rompieron varias costillas y lo dejaron inconsciente en
el piso. Sin embargo, Saverio se ha unido a otro número de líderes
locales y están determinados a marchar por todo el corazón de las
zonas que el gobierno considera su bastión. Planean salir de la
Plaza Sucre de Catia, atravesando numerosos barrios y pasando
peligrosamente cerca del Palacio de Miraflores, hasta llegar a la
Estación Teatros del Metro de Caracas. Pocas veces se ha planteado
una afrenta tal al régimen.
Saverio
no plantea una guarimba, ni pide la renuncia del presidente, más
bien organiza una protesta de contenido social, resaltando los
problemas de servicios básicos, alimentos, vivienda, empleo e
inseguridad. Problemas de igualdad, derechos económicos y sociales,
segunda generación de derechos humanos. Entre varios han hecho
publicidad al evento al que han llamado “La Voz de los Barrios” y
advierten, como espada y escudo, que “los barrios bajarán a
ejercer su infinito derecho a protestar pacíficamente”.
No
sabemos si Saverio tendrá éxito en esta arriesgada empresa. Pero sí
identificamos su empeño como una de los pasos en la dirección
correcta: articular manifestaciones del este y el oeste de Caracas,
lograr que sean todos los sectores del país los que exijan
rectificaciones al gobierno. El mundo ya sabe que la Plaza Altamira
es bastión de los opositores al gobierno. Es hora de que empiece a
saberse, sin lugar a dudas, que en la Plaza Sucre de Catia también
sobran quienes exigen un cambio de rumbo en las políticas económicas
y sociales.
Los
sectores que exigen libertad, las clases medias indignadas desde hace
más de una década, deben entender que pocas cosas hay más
importantes en su lucha legítima por el país que brindarle todo el
apoyo que esté en sus manos a los líderes como Saverio Vivas.
Necesario es escucharlo sin prejuicios, entender su punto de vista y
luchar contra el impulso de sentir como contradictorio lo que es en
realidad complementario. Los líderes de los barrios tienen su visión
del mundo muy bien definida, y no es igual a la de los líderes de la
clase media. Abran paso, pues, a quienes están llamados a lograr la
articulación entre opositores y disidentes, a quienes pueden
revertir la polarización fratricida, a quienes tienen la llave que
destraba este entuerto en el que estamos todos metidos.